En cuanto a las obras literarias referentes Sos, podemos decir que son
más bien escasas. La más antigua que se conoce es “El triunfo de Ceres o el
Ramblar de Sos” una obra anónima, escrita en verso y en la que se enaltece el
canal que construyó don Mariano Villa para dotar de regadíos a Sos, editado en
el año 1816 en la imprenta de Andrés Sebastián, en Zaragoza.
Concluída
la guerra de la Independencia, y como siempre suele ocurrir tras un conflicto
bélico, la desolación y el hambre volvió a adueñarse de nuevo en la Villa de
Sos, pero una vez más en su historia los sosienses hicieron gala de su esfuerzo
y tesón sobreponiéndose a las adversidades, ayudados esta vez por la
construcción del canal del Ramblar en 1816 por Don Mariano Villa, al que hace
referencia un comentario anónimo de “el
libro de Ceres o el Ramblar de Sos”:
(sic) “D. Mariano Villa, Coronel de los Reales
Exércitos, y Gobernador de las Cinco Villas de Aragón, sabiendo que de Sós,
Cabeza de las Cinco, salían cada año al menos ocho mil escudos por el ramo de
frutas, y hortalizas de que la provee la vecina Ciudad de Sangüesa, rompió un
terreno inculto, y lleno de maleza llamado vulgarmente el Ramblar de 600
cahizadas de tierra, habiendo antes ideado, y abierto un canal para regarle
tomando el agua del río Onsella. Las utilidades que de esta obra resultan á Sós
son, el evitar la salida de los ocho mil pesos arriba mencionados, que
invertidos en otros usos harán la felicidad de la Villa; y dar entrada en la
población algunos miles de pesos; lo que se verificará sin duda si la tierra se
emplea solamente en frutas y hortalizas, que es el pacto con que se repartió
por suertes á los vecinos; y se ha verificado ya esta utilidad en el presente
año de 1816, que habiendose sembrado de ordio para quitar la fuerza a la
tierra, se han cogido en el Ramblar mas de mil y quinientos cahices, que
habiendo venido adelantado no solamente ha remediado la miseria, y el hambre
que se experimentaba en Sós, sino tambien el de los pueblos vecinos que le
compraban con mucha ansia.
Al presente se halla ya este sitio hermoseado con
muchas eras de coles, habas, guisantes y judías, y con mas de cinco mil arboles
frutales, de los quales algunos han dado ya esquisitas frutas este año. Qué
incentivo para que el labrador riegue gozoso con su sudor un terreno que tan
presto le recompensa sus afanes!”
En otro
apartado anima a los pueblos a trabajar la tierra y ofrece las ventajas que de
ello se derivaría:
“En la apertura del Ramblar no ha hecho mas que
atenerse al benéfico Decreto de S.M. del 19 de Mayo de 1716 en el que
manifiesta nuestro amado Monarca los màs vivos deseos de que prospere la
agricultura, que es el único medio de que nuestra nación llegue á la cumbre de
la felicidad que tocó en tiempos mas felices, y á imitación de Felipe V y
Fernando el VI excita a los Pueblos á reducir á cultivo, i á regadío los inmensos
bosques, é infecundas llanuras que en vez de alimentar hombres, alimentan fieras,
y cuando mas bestias; ofreciendo tambien S. M. ocupar la Tropa en estas obras
tan útiles á la sociedad, dando al Soldado una moderada gratificación. ¡Qué
ventajas lograría la nación, y el mismo Soldado si esto se practicára! Así lo
hicieron los Romanos, y asi construyeron aquellos acueductos, puentes, y carreteras
que cruzaban los límites de su dilatado Imperio, y cuyos sólidos restos vemos
aun con asombro. ¡O si todos los Monarcas obrasen según el espíritu de este
sabio Decreto! Quizá los horrores de la guerra no afligieran tanto á la triste
humanidad, las naciones hervirían de gente, y de riquezas, un trabajo moderado
haría la felicidad de los pueblos, y la ciega ambicion no engendraría
Alejandros, Césares, ni Napoleones, cuyas decantadas hazañas se han reducido a
asesinar hombres.”
EL TRIUNFO DE CERES O EL RAMBLAR DE SOS
Rechinó el quicio de la ferrea puerta
Del Templo augusto del bifronte Jano,
Y la Diosa guerrera furibunda
De Marte aguija el sanguinoso carro,
Que horror, y muerte, y orfandad, y luto
Vá por la Europa mísera sembrando.
Los que se dicen héroes en el mundo,
Y de la humanidad son los Tiranos
De Marte invocar la deidad, ansiosos
De regir sus slígeros caballos;
Mientras las tierras madres, las esposas
Sus manos ácia el Cielo levantando
Tristes suspiros al Olimpo envían.
Empuña al fin las riendas en su mano
el feroz Napoleon, que á este debia
Su venganza fiar el Dios airado,
El parche, y el clarin nunciando muertes,
Y el bronce horrible disparando rayos
Selvas, y montes sin cesar atruenan,
Y el mundo llenan de pavor, y espanto.
Redoblase el furor, la muerte vuela,
Caen los hombres, y el brutal soldado
Se deleita de ver en mil arroyos
La sangre de otros hombres humeando,
Y de pisar los miembros palpitantes
Del tierno niño, y del canoso anciano,
De la doncella tímida, y hermosa,
De sus padres quizá y de sus hermanos.
¡Ay Dios! Y el hombre bárbaro, insensible
¿Ama la guerra, y ama los estragos
Que el Orbe yerman respirando ruina?
¿No sería mejor que los encantos
Amase de la paz vivificante,
Y en rejas para arar los dulces campos
Se trocáran los sables homicidas,
Y que triunfara Ceres del insano
Y furibundo Marte? Al menos siempre
Ante su altar pacífico postrado
Le ofreceré el incienso de la Arabia;
Y mientras cantan otros los estragos
Que al mundo causan los soñados héroes,
Los Napoleones, Ciros, y Alejandros,
Las glorias cantaré de aquellos hombres
Que en minorar se ocupan los trabajos
De la humanidad triste, y las miserias
Del mísero colono cuyo brazo
Hace abundar la mesa del Magnate
De la riqueza, el lujo, y los regalos,
Aquel sudar al recoger sus frutos,
Aquellos frios al querer sembrarlos,
Aquel afan mientras la madre tierra
Los nutre, y los madura en su regazo
Nos dicen sin rodeos lo que debe
La Sociedad al rustico aldeano.
Frugal en el comer, léjos del vicio,
Constante y perenal en el trabajo,
En dulce paz gobierna su familia,
Y con su casta esposa dá al Estado
Brazos robustos, Ciudadanos fieles,
Mientras del vicio en el hediondo fango,
Y del deleite en las obscenas aguas
Otros mil viven siempre encenegados.
¡O si el Monarca cándido pudiera
Del laberinto de la Corte alzando
Sus ojos ver al infeliz colono
Mientras sobre la hoz está encorvado,
Cuando desde el cenid voraz incendio
Arroja el Sol á los feraces campos,
Y tuesta ardiente la mullida hierba
Que fue tapete en el Abril del prado,
¡Cual su corazón tierno suspirára,
Y se moviera á proteger los brazos
De aquella clase que mantiene á todas
Con tantas penas, y sudores tantos!
Mas pues todo lo ve, respira o Patria;
Que las heridas que el furor insano
De Marte te causó, cicatrizadas
Verás por fin: y á tu Fernando amado
Cual tierno padre embebecido miro
En hacerte feliz: ya vá llegando
El día grande en que la noble España
Recobrar debe el esplendor, y rango
Que obtuvo en el reinado de Isabela
Y de su Esposo el quinto Ferdinando.
Entonces si respirára el colono,
Entonces la opulencia del vasalllo
Animando comercio, industria, y artes
Hará florecer aquellos llanos
Que rico un tiempo al Español hacian
Y del mundo señor. Natura en vano
Nos diera ricos llanos, y praderas
Valles, y rios mil, y un clima grato:
En vano el porto nuestra inmensa costa
Con sus ondas ciñera, si entretanto
Guerra á la industria, y á las artes guerra
Hicieramos, cadenas aumentando
Del industrioso Mercader al vuelo;
Y del agricultor al duro brazo;
Del habitante del ocioso Nilo
Émulo siempre fuera el noble Hispano,
Y no del chino activo, ó del Helvecio,
Del Britano, del Batavo, y del Galo.
Sea libre la industria, y los estorvos
Que enmohecido tienen el arado
Rómpanse de una vez, y así verémos
Reflorecer nuestros opímos campos,
Cual florecieron en el Turia un dia,
Y en el Xenil ameno, y Betis raudo,
Fabor al labrador; en nuestro suelo
Hallará protegido el corvo arado
Mas seguros, y sólidos tesoros
Que los que envia el Potosí Peruano,
Sábios Ministros, rectos Gubernantes
Á quienes el Monarca ha confiado
De los sencillos pueblos el gobierno,
Á vosotros os toca el ilustrarlos,
Y remover audaces los estorvos,
Que opinion, y natura han presentado
A su felicidad. Sangrar un rio,
Secar una laguna, en dulces campos
Un bosque convertir, estas son obras
En que debe emplearse un Magistrado.
¡¡Ó grande, ó ilustre Villa! tu, tu siempre
Del pueblo que gobiernas aclamado
Padre tierno serás, pues embebido
En su felicidad vas animando
Al desmayado agricultor, venciendo
De opinion los estorvos, aun mas árduos
Que aquellos que natura les ofrece;
Y rompiendo los bosques no tocados
De la reja jamás, y al claro Onsella
Trastornando su cauce, aquellos páramos
Que espinas solo un tiempo producian
Convertiste en vergeles dilatados,
Donde habitan ya Ceres y Pomena,
Desterrados los Sátiros, y Faunos.
Si discípulo noble de Archimedes
Aragon te admiró, si en el gimnasio
De la docta Minerva floreciste
De ingenio, y de virtud mil pruebas dando;
Si en el campo horroroso de Mavorte
Palmas, y lauros mil tu sien orláron,
Si tu heróico valor en Zaragoza[1]
De honrosa cicatriz se vió esmaltado,
Y si del Llobregat en las riberas,
Y de Levilla en los amenos llanos
Arrolaste á los Vandalos del Sena,
Y enrojeciste los cristales claros
Del Betis olivífero, mi mente
Mas grande te contempla ahora cuando,
Á imitacion de los Romanos héroes
De los Atilios, y los Cincinatos,
Léjos de Marte, y del horrible estruendo
Del bronce atronador, al Aldeano
Sensible á sus miserias, dás aliento,
Y sostienes sus brazos desmayados,
Mostrandole la fuente de la dicha,
Y un manantial eterno de regalos
Que su agoviado entendimiento apenas
Posible juzgaría. Eternos años
Repetirá tu nombre delicioso
El inocente pueblo Suessetano.
Cuando la fresca, y verde Primavera
De flores vista sus amenos campos,
Y el ruiseñor sonoro amantes trinos
Escondido repita entre los ramos;
Cuando el Estío las doradas mieses
Al Labrados ofrezca fatigado;
Cuando en Otoño las sabrosas frutas
Ostentarán los árboles plantados
Por el canoso Padre, al hijo tierno
Le dirá dulces lágrimas brotando:
¿No ves estos jardines, hijo mio,
Estos amenos sotos, estos llanos,
Que son de la campiña la delicia?
Pues fueron en un tiempo tristes prados,
Y bosques horrorosos que maleza
Producian, y zarzas. Ignoraron
Nuestros Abuelos mejorar su suerte,
Y zarzas producian; ignoramos
Mejorarla nosotros, y maleza
Y zarzas producian entre tanto,
Un hombre grande que embió benigno
Para mandarnos nuestro Rey Fernando
Quiso que no mas zarzas produjesen,
Y no las produjeron; de aquel año
Lo que era un triste bosque, en dulce
vega
Trocado se miró; los Aldeanos
Bendijimos á Villa, este es el nombre
De aquel Gefe inmortal, en aquel
arbol
Tienes escrito en la corteza dura
Su dulce nombre, tu tambien cuidado
De escribirle tendrás en los arbustos
Que van creciendo ya. El Cielo santo
Quiere que eterno su renombre sea
[1] Dn.
Mariano Villa perdió un ojo por herida de bala de fusil en el segundo sitio de
Zaragoza, en la gloriosa resistencia del Jardín Botánico, convento de Santa
Catalina y casa del Conde de Aranda.
BIBLIOGRAFÍA
-ANONIMO. El triunfo de Ceres o el Ramblar de Sos. Imprenta Andrés
Sebastián. Zaragoza, 1816.
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