domingo, 28 de marzo de 2021

"PARDINEROS" O "ALDEANOS" LOS DE SOFUENTES

 

Torreón de Sosfuentes. (Sos del Rey Católico)

Sofuentes es una localidad cercana al municipio de Sos del Rey Católico ubicada al otro lado de una gran sierra que separa ambos núcleos urbanos. Esto supuso en el siglo pasado, antes de la construcción de la carretera, que las comunicaciones entre ambas localidades fueran difíciles, con un camino de herradura cuyo esforzado trayecto de 14Km que debía atravesar el puerto de montaña podía llevar horas; de ahí que los sofuenteros siempre se han sentido un tanto “abandonados” respecto a Sos, además de ser considerada la localidad como una “pardina” o barrio de Sos del Rey Católico, por lo que los sosienses, burlándose de los sofuenteros, les llamaron “pardineros” o “aldeanos”.

El 14 de julio de 1927 Sofuentes fue reconocida como “entidad local menor”, es decir, mayor que un barrio, pero sin llegar a ser municipio, lo que no impidió que les siguieran llamando “pardineros”.

Aproximadamente para ese año (1927) llegaba la electricidad a Sofuentes, y de nuevo, satíricamente, los vecinos de Sos recordaban a los sofuenteros sus raíces con esta mordaz coplilla:


 Sofuentes ya no es Sofuentes,

que se ha vuelto "capital"

cuando ha visto por Sofuentes

pasar la electricidad.


domingo, 21 de marzo de 2021

LOBEROS EN LA VALDONSELLA. LA PICARESCA EN EL SIGLO DE ORO

            


          La gran cantidad de lobos que poblaban la Península Ibérica en el siglo XVI, y los continuos ataques de estos cánidos a los ganados, hizo que los ganaderos sufrieran cuantiosa pérdidas económicas pues, a la pérdida de los animales devorados por los lobos había que añadir los heridos y contagiados de rabia, además de las pérdidas de crías y los productos derivados de los animales, como leche, carne o lana, sin tener en cuenta el esfuerzo y trabajo de largas y continuas jornadas destinadas a la custodia de los rebaños y a las batidas de caza, por lo que la caza del lobo se convirtió en una auténtica “cruzada” en la que había que vencer al enemigo y en la que el uso de cualquier método era válido con tal de aniquilarlo.

Y es en esta guerra contra el lobo, acentuada por la crisis de finales del siglo XVI y XVII, donde surgen unos aprovechados personajes para beneficiarse de esta lucha que llegó a convertirse, incluso, en una "razón de Estado”.

 

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El término "lobero" está claro que deriva de “lobo”. Por ejemplo, lobero, o lobera, se llama al monte donde hacen sus guaridas los lobos. Lobera de Onsella, municipio cercano a Sos del Rey Católico, debe su nombre precisamente por ser un lugar frecuentado antiguamente por numerosos lobos. Pero lobero también es usado como adjetivo calificativo y, en el transcurso de los siglos, el término “lobero” ha tenido distintas connotaciones o matices dependiendo de las diferentes “actividades” o comportamientos  con los que se asociaba a la persona así calificada, aunque sin perder nunca su vinculación con estos animales salvajes. Así, en la Edad Media, se llamaban loberos a unos siniestros personajes que, siempre solitarios, independientes y desligados prácticamente del resto de la sociedad, convivían con las manadas de lobos convirtiéndose en una especie de “macho alfa” de la manada y cobraban a los habitantes de una población por hacer que los lobos dejaran tranquilo al ganado. La gente del pueblo los consideraba como “brujos”, a los que pagaban una cuota determinada por mantener a los lobos alejados de su poblado, si bien fueron perseguidos por la Inquisición por considerarlos como unos “endemoniados”.

En el Siglo de Oro, con la crisis de finales del siglo XVI y el progresivo empobrecimiento de los sectores más desfavorecidos de la sociedad, pueblos y ciudades se empezaron a llenar de vagabundos, mendigos, pedigüeños, pillos… y, entre ellos, unos variopintos personajes cuyo mayor exponente es el pícaro que, como dice Covarrubias: “…si no tienen de qué comer lo han de hurtar o robar[1].

            Los pícaros adaptaban su forma de actuar al lugar, población, usos y costumbres de los habitantes del lugar elegido para cometer sus fechorías. Alcahuetas, prostitutas, rufianes, tahúres, fulleros, falsos mendigos, cortabolsas, altaneros, ventosos, guzpatareros, apóstoles, maletas, juaneros, sangradores,…todo un rosario de maleantes llenaron pueblos y ciudades de la España del siglo XVI y XVII, dando origen al nacimiento del pícaro literario en manos de Mateo Alemán con su pícaro "Guzmán de Alfarache".

  En la ruta jacobea tampoco podían faltar estos bribones, sólo hay que leer el Codex Calixtinus para ver el amplio repertorio de pillos que nos presenta su autor, Aymeric Picaud, y la variedad de tretas y engaños empleados para defraudar, estafar o timar al pobre peregrino. Y en aquellas zonas rurales donde la ganadería es, prácticamente, el sustento de casi toda su población, hicieron acto de presencia otros pícaros relacionados con el ganado: los “loberos”; de nuevo estos personajes, pero con una artimaña distinta a la de sus “colegas” de la Edad Media

 El lobo ha sido una sub-especie endémica que sólo podía encontrarse en  la Península Ibérica. La cantidad de lobos repartidos por todo el territorio español fue muy abundante y su continua caza fue mermando progresivamente su población hasta casi extinguirse en la década de los años 60 del pasado siglo.

  Sin entrar en la controversia entre detractores y defensores, los motivos de su cacería han sido diversos: por deporte, por control de plagas, por su piel…pero el motivo que más ha contribuido a la casi desaparición del lobo ha sido, ya desde el Neolítico, la protección de la ganadería, sobre todo en áreas rurales. Había que proteger el ganado de los ataques de los lobos; por eso se realizaban batidas para darles caza e incluso se ofrecían recompensas a quienes lograran matar un lobo. Una ley de Cortes de Navarra de 1817 detalla la recompensa de 120 reales a quien matara un lobo adulto y 60 reales por un lobezno.

           Pero ofrecer recompensas por cazar lobos ya viene de siglos atrás. La primera ley conocida ofreciendo recompensas por la muerte de lobos data de 1542, por la que el rey Carlos I dicta la “Facultad de los pueblos para ordenar la matanza de lobos, dar premio por cada uno, y hacer sobre ello las ordenanzas convenientes” (Valladolid, 1542 pet.7):

  “Por quanto nos ha  seido fecha relacion , que los señores de ganado y otras personas han recibido y reciben mucho daño por causa de los muchos lobos que hay en estos nuestros Reynos; y porque esto cese, nos fué suplicado, que mandásemos dar licencia á todas las ciudades, villas y lugares destos nuestros Reynos, para que puedan dar órden como se maten los dichos lobos , aunque sea con yerba (veneno), y puedan señalar el premio por cada cabeza de lobo , ó por cada cama dellos que les traxeren, y puedan hacer sobre ello las ordenanzas que convinieren para la buena órden y execucion dello…" (ley 5, tit.8, lib.7. R.)[2]

  Otra ley posterior, la ley XXXIII de 1652 dice que “cada lobo grande que se matare se pague seis ducados, y dos por cada cría[3]. Esta ley se prorrogará diez años más.

  Ya hemos visto cómo la toponimia ha dejado huella de la presencia de lobos en nuestra zona (Lobera de Onsella) y prácticamente todos los pueblos que componen esta comarca vivían exclusivamente de la ganadería, por lo que los lobos disponían de abundantes presas a las que atacar en este territorio. El daño que estos animales ocasionaban a los habitantes se convirtió en una persecución y exterminio de lobos premiando económicamente a los autores de su cacería, lo que originó el nacimiento de un nuevo personaje en la zona: el “cazarrecompensas” de lobos. Y es aquí donde el pícaro “lobero” desarrolló su astucia para beneficiarse económicamente allí donde la presencia de lobos era notoria. Sos, Sangüesa, Navardún, Undués,  y todos los pueblos de la Valdonsella fueron los escenarios de estos pillos sinvergüenzas.

Estos pícaros iban de pueblo en pueblo presentando una piel de lobo diciendo que le habían dado muerte en las cercanías cuando estaba acechando a unos corderillos o cualquier otro animal doméstico. Los Justicias de los municipios les felicitaban y les daban la recompensa establecida, además de otras gratificaciones y propinas que recibían de los agradecidos pastores y ganaderos. Los “loberos” recogían el dinero y la piel del lobo y marchaban al siguiente pueblo a repetir la escena.

Lo que no sabían los inocentes aldeanos era que esa piel de lobo que les mostraban era siempre la misma en todos los pueblos. Con la piel de sólo un animal muerto se las ingeniaban para vivir meses, e incluso años. Antes de entrar en cada municipio manchaban con sangre fresca la boca y heridas del pellejo para simular que su captura era reciente, los habitantes se creían el engaño, les abonaban la recompensa y los “loberos” cargaban con la piel del lobo al hombro y…¡ a otro pueblo![4]

Pero, a la larga, el fraude fue detectado.

Como casi en todos los conflictos fronterizos entre aragoneses y navarros, los de Aragón echaban la culpa a los navarros de ser ellos quienes practicaban estos engaños por los pueblos de Aragón, mientras que los navarros culpaban a los aragoneses, aunque realmente las prácticas de estos pícaros y truhanes en tiempos de extrema necesidad no entendía de límites fronterizos.

            Pero el caso es que las Cortes de Navarra en 1743 y 1744, indignadas de la poca vergüenza de estos loberos, mandaron a los Justicias aplicar medidas:

Los Tres Estados de este Reyno de Navarra… decimos: Que algunos forasteros de este Reyno, y naturales de los confinantes, y especialmente del de Aragón, se introducen en este, y llevando un lobo muerto, o la piel de el, andan por todos los Lugares, pidiendo alguna recompensa por el beneficio que suponen resulta á los dueños de ganados mayores, y menores, en la extinción de estos animales; y los Pueblos les dan alguna cantidad, que cargan en la cuenta de los propios y rentas, y los dueños de los ganados les contribuyen también con alguna cosa, sin que esta permisión produzca ninguna utilidad…y no se consigue el fin de que se eviten los daños que ocasionan los lobos en este Reyno, no solo porque los que se traen, como se ha expresado, son muertos fuera de él, sino porque con un solo lobo, ó con su piel, andas muchos meses, y aun años, vagando por los lugares; todo lo que juzgamos digno de remedio, y para que se logre. Suplicamos á V….que en este Reyno no pueda andar ningún extranjero con lobos muertos, ni pellejos suyos, pidiendo que les contribuyan los Ganaderos, y Lugares, y que estos no les puedan dar cosa alguna… Y que todos los Alcaldes, y Regidores tengan obligación de impedir el llevar dichos lobos, ó pellejos en la forma espresada, y quitarlos á las personas que los llevaren, poniéndolas en la Carcel por veinte y quatro oras, para que se escarmienten, y no vuelvan[5].

                 Más tarde, en 1783, Carlos III, “con el fin de atajar los perjuicios que ocasionan tan crecido numero de ociosos y holgazanes” promulgó una Real Cédula persiguiéndolos: “Por lo respectivo à los que se llaman Saludadores y los Loberos, mándo asimismo sean comprehendidos en la clase de vagos, y tratados como tales…[6] Y en 1788, Carlos IV, en una Real Célula en la que expresa el reglamento para el exterminio de los lobos expone que “la piel, cabeza y manos de las fieras que se premien quedarán en poder de las Justicias sin poderlas devolver a los que las presentaron, ni a otras personas para obviar fraudes[7], medidas que serán renovadas en la Ley de Cortes de Navarra de 1817.

Con todas estas leyes y disposiciones el pícaro lobero del pellejo al hombro tenía muy difícil seguir engañando a la gente por los pueblos de la comarca; pero como la picaresca la llevan en la sangre, sólo era cuestión de abandonar el “oficio” de lobero y dedicarse a otras “actividades” igual de censurables y delictivas, deambulando por estos lugares realizando otros supuestos oficios relacionados con la ganadería que, al igual que el de lobero, sólo pretendían engañar y defraudar a la gente, como fueron los emasculadores o los afeitadores de caballerías, de los que hablaremos en otra ocasión, amén de otros pícaros que pululaban por la zona.

 

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            El lobo, que abundó extraordinariamente hasta el siglo XIX, fue exterminado en nuestra región en la década de los años 60 del siglo XX. Sus últimos reductos fueron los Pirineos, el Moncayo, las sierras de Beceite y los Montes Universales.

            Actualmente es una especie protegida, aunque continua activa la controversia de su caza entre detractores y defensores y su "caza" sigue viva, aunque sea de forma furtiva.





[1] Cobarruvias, Sebastián de. El Tesoro de la Lengua Castellana o Española. Voz: vagar.

[2] Novísima Recopilación de las Leyes de España, mandadas formar por el Señor Don Carlos IV. T.3, lib.7, ley I, pp. 651-652. Madrid, 1805

[3] Novísima Recopilación de las Leyes del Reino de Navarra. Ley XXXIII. Año 1735

[4] La actividad de estos loberos también es recogida por Iribarren en su libro “Historias y Costumbres”

[5] Ley LX. Quaderno de las Leyes y agravios reparados de los años de 1743 y 1744.

[6] Real Cédula de 25 de marzo de 1783. Imp. De D. Antonio Espinosa. Segovia, 1783.

[7] Real Cédula de 1788. Pamplona




BIBLIOGRAFÍA


-COVARRUBIAS OROZCO, SEBASTIÁN DE. El Tesoro de la Lengua Castellana o Española. Imp. Luis Sánchez. Madrid, 1611.

-IRIBARREN, JOSÉ MARÍA. Historias y costumbres. I.P.V. Diputación Foral de Navarra. Pamplona, 1956

-NAVARRO DURÁN, ROSA. “Sospechosos habituales. Los pícaros en la calle y en la literatura”. Revista Desperta Ferro. Arqueología & Historia, nº 20. Pícaros en el Siglo de Oro, pp.14-20. Desperta Ferro Ediciones. Madrid, 2018

-Novísima Recopilación de las Leyes de España. Mandadas formar por el Señor Don Carlos IV. Madrid, 1805.

-Novíssima Recopilación de las Leyes de el Reino de Navarra. T. I. Año 1735. Imp. Joseph Joachin Martínez. Pamplona, 1735.

-Quaderno de las Leyes y agravios reparados del año de los años 1743 y 1744. Imp. Pedro Joseph Ezquerro. Pamplona, 1744.

-Real Cédula de S.M. y Señores del Consejo. Imp. De D. Antonio Espinosa. Segovia, 1783.

-Real Celula de S.M. y Señores del Consejo. Año 1788. Imp. De la Viuda de Don José Miguel de Ezquerro. Pamplona.

En la web:

-revistajaraysedal.es. Israel Hernández Tabernero. “¿Por qué es erróneo culpar a los cazadores españoles de la situación de los animales en peligro de extinción?” 06/06/2020

-otsoanafarroanelloboeennavarra.home.blog. El lobo en Navarra. “Legislación histórica respecto al lobo en Navarra”


sábado, 13 de marzo de 2021

ICONOGRAFÍA DE SAN ESTEBAN EN SOS DEL REY CATOLICO

 

San Esteban Protomártir. Sos del Rey Católico (Zaragoza)

San Esteban Protomártir, patrón de Sos del Rey Católico, es considerado como uno de los primeros mártires del cristianismo (ver vida del Santo).

Artísticamente, suele representarse a San Esteban con dalmática, un libro en una mano, pudiendo representar el discurso que dio en el Sanedrín y que le costó su lapidación, y la palma del martirio en la otra mano, en señal de la victoria del espíritu frente a la carne y lo terrenal, como un símbolo del renacimiento y de la inmortalidad. En su iconografía también suelen aparecer varias piedras, significando su martirio.

            En Sos del Rey Católico podemos ver la imagen de San Esteban en dos lugares: en el altar mayor de la iglesia parroquial, con el libro, las piedras y la palma del martirio y en la calle Manuela Pérez de Biel, en la clave del arco de la puerta contigua a la entrada principal del colegio Isidoro Gil de Jaz. Esta última, tallada en piedra, algo desgastada por estar a la intemperie, no parece que se esculpiera con las simbólicas piedras del martirio, pudiendo confundirse, a simple vista, con cualquier otro mártir que porte la palma del martirio, pero una inscripción en la parte superior de la talla ratifica su identidad: San Esteban.



domingo, 7 de marzo de 2021

EL CASO DE "LA ENVENENADORA"

 


         Desgraciadamente, en este mundo ocurren trágicos sucesos y horribles asesinatos más a menudo de lo que desearíamos todos, que debería ser ninguno. Sucesos que nadie querría relatar pero, lamentablemente, ocurren.

        Unos crímenes tienen más repercusión social que otros y han quedado en nuestra memoria para siempre: el crimen de los Galindos, la matanza de Atocha, la matanza de Puerto Urraco, el caso Alcásser…y otros muchos más con menor repercusión, pero no por ello menos atroces y horrorosos, que no han tenido más alcance mediático que el relativo con su entorno o, a lo más, con su comarca o comunidad autónoma, aunque lo ocurrido en Sos del Rey Católico el pasado siglo llegó a tener repercusión a nivel nacional, haciéndose eco de la noticia y del seguimiento del juicio toda la prensa española, que titulaba este suceso como “el caso de la envenenadora”; una sucesión de muertes que tuvo en vilo a todo el pueblo y su comarca.

Algunos de los crímenes antes citados fueron resueltos y sus autores condenados; pero otros muchos casos quedan todavía sin resolver o han sido sobreseídos o absueltos los sospechosos por falta de pruebas, como sucedió en "el caso de la envenenadora".

 

            Sos del Rey Católico. Década de los años 30.

            Don Román Artieda y su mujer Delfina Lacuey era un feliz matrimonio que vivía en Sos del Rey Católico. El único contratiempo de la feliz pareja era que doña Delfina padecía ceguera, por lo que necesitaba ayuda en la casa; alguien que le echara una mano en las tareas del hogar allí donde Delfina no podía desenvolverse con normalidad por sí misma debido a su invidencia. Para ello, Román y Delfina decidieron contratar a una joven del cercano pueblo de Petilla de Aragón, Simona, que desde el mismo momento que llegó a Sos del Rey Católico fue apodada cariñosamente por los lugareños como “la petillana”.

            Simona “la petillana” era una agraciada joven, fuerte, desenvuelta, con buena disposición para atender las necesidades de Delfina y con los encantos suficientes para enamorar al hijo del matrimonio, Luciano Artieda Lacuey, de 26 años, que para entonces ya era viudo. Luciano y “la petillana”, tras unos meses de noviazgo, decidieron casarse y tener hijos.


               Sos del Rey Católico. Década de los 40.

                A comienzos de esta década mueren, en un intervalo de tres años, Delfina Lacuey, Román Artieda y su hijo Luciano. Los médicos certificaron sendas muertes como naturales, derivadas de otras enfermedades que padecían los fallecidos.

               Los vecinos de Sos murmuran, recelan de "la petillana"; demasiada coincidencia; pero nadie dice ni hace nada. Todo parece ser que las muertes de la familia Artieda han siso, simplemente, unas desgraciadas coincidencias que les ha deparado el destino.

            "La petillana" se trasladó a la cercana pardina de Mamillas para trabajar como asistenta en otras casas.


              Zaragoza. Año 1951. (Nueve años después de las muertes de la familia Artieda)

            Transcurrida casi una década, Julio Eseverri Biel, vecino de Sos, se presenta en la comisaría de Policía del Distrito Centro de la capital aragonesa para denunciar cinco supuestas muertes por envenenamiento y un envenenamiento frustrado, cuya presunta autora sería Simona P.M.(“la petillana”).

            Eseverri, en su declaración, denuncia el fallecimiento, con pocos días de intervalo, de su cuñada Julia Leache Cortés, de 33 años, y de su madre política María Cortés Esparza, declarando que murieron “entre sospechosos vómitos y diarreas” atendidas por Simona, que trabajaba como asistenta y cocinera para ellas.

            Pero resulta, continúa Eseverri en su declaración, que Simona es ya viuda desde hace 9 años, y tanto su marido Luciano como sus suegros, el feliz matrimonio Román y Delfina, fallecieron en un intervalo de tres años manifestando los mismos síntomas: diarreas, vómitos, dolores estomacales…

            El comisario que tomaba declaración a Eseverri no daba crédito a lo que estaba redactando, y el declarante aún prosiguió con su denuncia diciendo que la viuda de su cuñado, Felicidad Onco, fue unos días a Sos a cuidar a unos familiares y, tras tomar una taza de leche que Simona le había ofrecido, enfermó gravemente manifestando vómitos, diarreas y dolores de estómago. Al día siguiente, Simona le preparó una rodaja de merluza que le sentó muy mal, presentando los mismos síntomas. El tercer día, Felicidad abandonó Sos para irse a su casa y ya no volvió a tener nunca más molestias estomacales.

          Ante semejantes coincidencias en la denuncia, como es natural, se puso en marcha una investigación solicitando, en un principio, al Juzgado Municipal de Sos del Rey Católico, los certificados de defunción de las cinco presuntas víctimas.

            Todo este revuelo que se origina en la zona y el cúmulo de coincidencias en las muertes de cinco vecinos que han sido servidos y atendidos por “la petillana”, hacen, evidentemente, que los vecinos murmuren y desconfíen de aquella jovenzuela de Petilla que hacía años había llegado a Sos a servir en una casa del pueblo. Si ya murmuraban desde hacía nueve años, ahora lo hacían con más convencimiento; no era posible, y resultaban muy sospechosas, tantas coincidencias.

           Ahora Simona residía en la pardina de Mamillas, entidad mucho más pequeña que Sos, con muy pocos habitantes, donde la totalidad del vecindario se conoce, por lo que la vida de Simona no debió ser muy tranquila esos días al notar que era el centro de todas las miradas de sus vecinos, que murmuraban a su paso y notaba cómo le apuntaban con el dedo acusador, y más cuando los vecinos se enteraron de lo sucedido a Felicidad Onco, otra posible víctima.

              Mientras tanto, las investigaciones continuaban.

            Los certificados de defunción no despejaron ninguna duda en la investigación, aseverando que los fallecimientos se produjeron por muerte natural: Julia Leache Cortés murió el 31 de enero de 1951 a causa de una apendicitis crónica; María Cortés Esparza, muerta en febrero del mismo año, por una colecistitis crónica; Luciano Artieda por insuficiencia cardíaca aguda; su padre Román Artieda por peritonitis y su madre Delfina Lacuey por coma.  Estos tres últimos fallecieron 9 años antes de la denuncia presentada por Eseverri, lo que hace pensar en que, si bien la gente pensaba ya en Sos en la posible culpabilidad de Simona, nadie, por unas u otras causas, se había atrevido a dar el paso definitivo de la denuncia hasta el momento en que Eseverri se lanza a la aventura acuciado por las muertes de sus seres queridos”[1], ya en 1951.

            El paso siguiente fue tomar declaración en el Juzgado Municipal a los médicos que firmaron los certificados de defunción de las presuntas envenenadas. Fueron don Jorge Fuertes Machín, que certificó las muertes a instancias del médico de Sofuentes, Juan Ignacio Herráiz, y José Hernández Mansilla. Ambos declararon firmemente que las muertes de Julia Leache y de María Cortés se produjeron por motivos naturales a causa de conocidas enfermedades sin posibilidades de curación, descartando cualquier probabilidad de envenenamiento. Sin embargo, el doctor Herráiz llegaría a admitir la posibilidad de que los dos fallecimientos se hubieran producido de forma similar, a causa de un colapso si bien, y en ello insistiría siempre, los procesos habrían sido, en todo caso, diferentes.[2]

           Seguidamente, el juez instructor solicitó informes y antecedentes de Simona a la Guardia Civil, ordenó la exhumación de los cadáveres de María Cortés y Julia Leache para analizar unas muestras y llamó a declarar a Simona.

             Los antecedentes de Simona no aclararon nada, estaba ”limpia”, y los informes tampoco despejaron ninguna duda más allá de la poca simpatía que gozaba entre los vecinos de Sos, que ya desde hacía 9 años sospechaban de ella por las muertes de Román, Delfina y su hijo Luciano.

            En el interrogatorio a Simona, el juez se interesó en saber si conocía a su futuro marido antes de entrar a servir en casa de la familia Artieda. Simona negó cualquier tipo de relaciones previas a su llegada a la casa, añadiendo que su amor por Luciano surgió tras la entrada en la misma, negando cualquier otro tipo de interés, sobre todo económico. El hecho de haber heredado algunas posesiones de la familia, algunas tierras y alguna casa, no supuso tener que dejar de trabajar, pues aunque era evidente que no sufría una situación de extrema necesidad, también es cierto que su situación económica no era excesivamente desahogada.

            En referencia al estado de salud de su marido, Simona dijo que tras el fin de la guerra civil padecía del estómago y que de soltero sufría fuertes dolores de cabeza que necesitaron hospitalización. Respecto a su suegro dijo que también padecía del estómago, especialmente con los calores; y sobre su suegra comentó que era ya una mujer de avanzada edad y que un día, al entrar en casa, se la encontraron tendida muerta en la escalera.

          Otros testimonios y declaraciones de vecinos de Sos van engordando el sumario de más de 120 folios sin hallar nada determinante para poder procesar a Simona hasta que llegaron los resultados de los análisis de las muestras tomadas de las vísceras de María Cortés y Julia Leache, realizados por el Instituto de Toxicología de Barcelona.

            En su informe, el Instituto de Toxicología aprecia indicios de arsénico en las muestras del estómago y del hígado tanto en María Cortés como en Julia Leache.

            Esto fue suficiente para que el Juez de Instrucción dictara el auto de procesamiento contra Simona, que fue detenida e ingresada inmediatamente en la prisión provincial.

            Habría sido interesante y determinante realizar los mismos análisis a los tres fallecidos nueve años atrás, pero las pruebas no podían realizarse debido al estado esquelético en que se encontrarían sus cuerpos tras tanto tiempo inhumados.

           En el juicio, el ministerio fiscal pidió una pena de 30 años de prisión mayor por un delito de parricidio, cuatro penas más de treinta años por sendos delitos de asesinato y otra de 18 años por un delito de asesinato frustrado; total 168 años, además de una indemnización de 30.000 ptas. a cada uno de los herederos de las víctimas.

      El tribunal estaba compuesto por don Jacinto García Monje y Martín, como presidente, y los magistrados don Víctor Ruiz de la Cuesta y Burgo y don Luis Giménez Estárez y Armijo.

            Zaragoza ha destacado siempre por ser una ciudad de donde han salido grandes profesionales de la abogacía. Por aquel entonces, un joven abogado empezaba a destacar en la ciudad, con un corto pero notable y exitoso historial, que con "el caso de la envenenadora” conseguiría una de las mejores reputaciones como criminalista de Zaragoza, don Vicente Alquézar García.

            El informe de Alquézar hacía hincapié en que tanto las pruebas practicadas en el período sumarial como en el juicio oral, no podían servir de fundamento en un fallo condenatorio[3].

            Alquézar defendió que todo eran conjeturas y coincidencias, sin pruebas contundentes. Respecto a la prueba que determinó el procesamiento de Simona, el arsénico, quedó desvirtuada al explicar las cantidades que de este metaloide químico aparecen de forma natural en el organismo humano.

           El tribunal consideró que no había pruebas concluyentes de que Simona hubiera envenenado a estas personas y el resultado fue una sentencia absolutoria.

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            Este es el caso de “la envenenadora”, que a mitad del pasado siglo trajo en vilo y revolucionó a todo el pueblo de Sos, donde Simona estuvo por un tiempo en boca de todos los sosienses, siguiendo el juicio con sumo interés, al que asistieron a testificar varios vecinos de la villa. Un episodio de la España profunda que la mayoría va olvidando y que se va desvaneciendo  conforme transcurre el tiempo.



[1] Diario “Amanecer”. 17 de abril de 1977, p. 13. “El caso de la envenenadora”, por José María Royo.

[2] Ibidem

[3] Ibidem