Maor Luz, en su libro de cuentos judíos “el olivo de
la Aljafería” narra un cuento ambientado en Sos en la época del nacimiento del rey
Fernando el Católico. Se trata de un bello cuento titulado “el perro que
aprendió a leer”, y al final, como en todos estos estilos narrativos, nos deja
su ejemplarizante moraleja.
El perro que aprendió a leer
El perro que aprendió a leer
Vivía en Uncastillo el rabí Jaím, cuyo tatarabuelo fue
el justo y sabio rabí Meir.[1]
El rabí Jaim era conocido por todo Aragón por su
sabiduría y buen corazón. Todos los días acudían numerosos judíos a la sinagoga
de Uncastillo para consultar al gran rabino. Su fama era tal que hasta Juan II,
rey de Aragón, le consultaba tanto temas de estado como asuntos personales o de
índole moral. Los consejos del rabí Jaim fueron muy apreciados entre la Corte y
su popularidad aumentaba día a día.
En la Corte de Aragón había también un imán musulmán
llamado Majmud, gran médico y sabio islámico, versado en el Corán y en los
secretos de la medicina.
Las relaciones entre el rabino y el imán no eran muy
buenas, ya que entre ellos rivalizaban por ver a quién de los dos llamaba el
monarca para consultarle asuntos de estado; o ver el consejo de cuál de los dos
seguía; ver a quién de los dos honraba el Rey en sus fiestas y otros detalles
parecidos; o sea, que andaban algo “picados” entre ellos.
En el año 1452, el rabí Jaim, junto con otros sabios
judíos y musulmanes, fue llamado a audiencia ante Sus Majestades, que pasaban
una temporada en Sos porque la Reina Juana Enríquez estaba embarazada y quería
que su hijo naciera en territorio aragonés. Por eso se trasladaron hasta la
casa de los Sada en Sos.
El rabí Jaim se trasladó de Uncastillo a Sos y trajo
con él a la mayor de sus hijas, Sara, que estaba a punto de cumplir doce años,
y que dentro de tres contraería esponsales
con el hijo del rabino de Ejea de los Caballeros. El padre consideró que era
importante que su hija conociera otras comunidades judías y otros lugares del
Reino.
A la niña le encantó el viaje, a pesar que tenía que
pasar muchos ratos sola mientras su padre estaba en la Corte. Como no era
aconsejable que una muchacha saliese a pasear fuera de la judería, Sara se
quedaba en la plaza de la Sartén, donde pasaba largos ratos sentada en las
escaleras de la casa en la que se alojaba con su padre mientras leía de mala
gana la Meguilat Ester[2],
que fue lo único que le dejaron leer. Pronto tuvo que dejar su lectura, ya que
apareció en la plaza una chica de su edad llamada Miriam que lloraba desconsoladamente.
Sara se acercó a consolarla porque según le contó
Miriam, estaban circulando unas coplillas – lo que se conocía como “cantar de
deshonra”- sobre ella, ya que rechazó la oferta de matrimonio de un señor de la
localidad de Tauste por ser muy mayor. Mientras hablaban y Sara intentaba
tranquilizar a Miriam no se dieron cuenta que en la plaza había entrado
corriendo un sirviente de los reyes persiguiendo a uno de los cachorros de la
camada de los perros favoritos de la Reina. El perrito fue corriendo hasta Sara
y se escondió detrás de ella mordiendo su túnica. Sara le acarició la cabeza,
dejó que el cachorro le lamiese la mano y las dos muchachas se echaron a reir.
Esto animó a Miriam, que pronto olvidó el tema de las coplillas.
El cachorro no quería irse con su cuidador y se
escondió aún más detrás de Sara; finalmente el sirviente lo atrapó y se lo
llevó de allí entre ladridos y lloros.
Dos días después la Reina Juana Enríquez observó que
el cachorro no comía ni jugaba con sus hermanos, y que pasaba el tiempo mirando
la puerta del palacio con ojos tristes y gimoteando. Cuando le preguntó por el
comportamiento del perro al sirviente, éste le explicó lo sucedido en la plaza
de la Sartén. La Reina comprendió que el perrito quería corretear por las
calles y tener una dueña joven que lo mimase y jugase con él a todas horas. Así
que, como quería mucho a sus perros, decidió regalarle el cachorro a esa tal
Sara, hija de un consejero de su esposo. A tal efecto, el rabí Jaim fue llamado
a la Corte para presentarse ante los Reyes en compañía de su hija. Nada más
entrar al palacio, el cachorro salió corriendo y se escondió entre las faldas
de Sara. Ella le acarició la cabeza y le dijo sonriente: “hola pequeñín, mi
valiente. Yo también te echaba de menos”
Así
fue cómo los Reyes regalaron a Sara aquel cachorro de la camada de los perros favoritos
del Rey.
Pero este regalo levantó la envidia del imán Majmud.
¿Cómo es que la hija de rabí Jaim tiene un regalo tan importante y en cambio a
ninguno de mis hijos le regalan nada?, pensaba mientras veía a Sara jugar con
su perrito. “Te llamaré Guibor, que quiere
decir héroe en hebreo”- dijo Sara cariñosamente al cachorro-.Qué perro más
listo eres. Sólo te faltaba saber leer y serías perfecto”, le decía al animal
mientras lo abrazaba y este le lamía la cara.
“¡Eso es!”, murmuró alegre Majmud. Y se fue corriendo
a ver al Rey Juan II. “¿Ha oído Su Majestad- dijo al llegar ante el Rey- lo que
cuentan por la Corte?
No- respondió el Rey, curioso- ¿Qué cuentan?
“Dicen que...- Majmud bajó la voz para intrigar más al
monarca-...dicen que rabí Jaim ha prometido a su hija que le enseñaría a leer
al cachorrillo que le regalasteis”.
“¿Enseñar a
leer a un perro?”, se extrañó el Rey. “Sí- le aseguró Majmud-.Enseñará a leer
al perro que Su Majestad ha tenido la generosidad de regalar a su hija. Al
parecer el rabino dijo que no todos los perros pueden aprender a leer pero que
éste era especial. ¡Al fin y al cabo es de la camada real! El Rey meditó un
momento antes de exclamar:¡ Esto tengo que verlo! ¡Traedme aquí al rabí Jaim”!
Al llegar rabí Jaim, el Rey le dijo: “He oído que vas
a enseñar a leer al cachorro que regalamos a tu hija. Dentro de tres meses
quiero que vuelvas aquí con el perro y me enseñes lo que ha aprendido”. “Pero,
pero…”, tartamudeó Jaím. “¡Nada de peros! – dijo el rey- ¡Te espero aquí dentro
de unos meses, cuando la Reina de a luz! Y si para entonces el perro no sabe
leer, mi ira caerá sobre tu cabeza y sobre todos los mentirosos y presumidos
judíos”. ¿De dónde habrá sacado el rey la idea de que voy a hacer leer al
perro?, pensaba Jaim. Además.¿Cómo voy a hacerlo? ¡Es imposible! Puedo enseñarle
a hacer algunas cosas, pero a leer, imposible. Miró a su alrededor y vio a Majmud
con una pícara sonrisa. “¿Tendrá algo que ver Majmud en esto?- pensó- No sé por
qué me odia tanto… Pero ¿Cómo salgo de esta? Algo tendré que hacer. Lo pensaré
muy bien y daré con la solución.
El rabí Jaím, su hija Sara y el cachorro regresaron a
Uncastillo, y mientras el perro se sentía feliz con su nuevo hogar y su nueva
vida, el rabino y su hija se encontraban preocupados pensando en su futuro y en
el peligro que corría la comunidad judía entera.
Sara por su parte le leía al perro trozos de una vieja
copia de la Torá en un intento de despertar la curiosidad del perro por la
lectura, y cuando le acercaba el libro intentando hacerle leer, el cachorro
mordisqueaba las hojas llenándolas de babas. “A lo mejor no le gusta La
Torá”-pensó la niña- y eligió otro libro más manejable, más corto y sobre todo
con dibujos, para ver si así se animaba Guibor a leer; y le enseñó la Hagadá shel Pesaj[3],
libro adornado con bellísimas ilustraciones que narra la salida del pueblo judío
de Egipto y los milagrosos hechos realizados por el Señor. Pero el perro, como
era lógico, siguió sin hacer caso a los libros.
Un día, la madre de Sara mandó a la niña al mercado a
comprar unas telas. Mientras Sara se entretenía eligiendo el color de las
telas, Guibor se separó de su lado husmeando a todos los mercaderes que allí se
asentaban. En el arco del mercado se hallaba sentado un trovador que ojeaba un
libro mientras mordisqueaba, distraído, un poco de pan con carne fría. Sin
darse cuenta, un trozo de carne se le cayó entre las páginas del libro y
Quibor, que pasaba por allí, saltó rápidamente sobre el libro, pasando las
hojas con su hocico, y ayudándose con la pata en busca de la vianda. ¡Quita,
quita, que vas a romper el libro!-gritaba el trovador- ¿De quién es este perro?
Alertada por los gritos se acercó Sara gritándole al animal: “¡Quieto ya
Quibor! ¡Para! ¡que esa comida no es tuya!” Y apartándolo del libro le susurró
al oído: “Deja esa carne que no es kasher[4] e
incluso puede que sea hasta de cerdo. ¿Qué clase de perro judío eres tú que no
guardas el kashrut?[5]
Entonces a Sara le vino una idea a la cabeza y mirando a su perro pensó: “No
puedo enseñarte a leer pero sí a actuar como si lo hicieras: solo tienes que
mirar y pasar las hojas”.
Pagó las telas que había comprado, se disculpó con el
trovador y rápidamente se dirigió a su casa en busca de su padre para contarle
la brillante idea que se le había ocurrido. Su padre no se encontraba en casa,
pues se había ido a una asamblea de la aljama en la sinagoga. Sara se fue
rápidamente a la sinagoga pero no pudo hablar con su padre, pues se encontraba
en la parte de la sinagoga destinada a los hombres y ella no podía entrar así
que salío rápidamente hacia su casa para llevar a cabo la idea que se le había
ocurrido, pues no se podía demorar más, ya que los días iban pasando. “Estoy
segura que papá no se enfadará conmigo si ensucio el viejo libro escrito en
latín que le regaló un mercader cristiano hace años como agradecimiento por un
buen consejo. Es un libro que nadie usa. Al fin y al cabo la finalidad de mis
actos es salvar a mi familia, a toda la judería y, por supuesto, a
Guibor”-pensó- Entró en la casa, buscó al viejo libro y cogió unos trozos de
pollo frío, llamó a Guibor y se sentó en un banco que había en el zaguán
mientras esperaba a que su padre regresara de su reunión en la sinagoga. Mientras
tanto puso un trocito pequeño de pollo entre cada página del libro, lo abrió en
la primera hoja y se lo enseñó a Quibor. El perro olfateó el libro, sacó la
lengua como si se relamiese y a continuación empezó a pasar las hojas
alegremente mientras se iba comiendo los trocitos de pollo que encontraba entre
sus hojas. Así, hoja tras hoja, parecía que el perro estaba leyendo; además,
como emitía gruñidos de impaciencia mientras buscaba los trocitos de pollo,
parecía como si reflexionara sobre lo que estaba leyendo.
Al volver Rabí Jaím a casa, Sara le contó su idea y le
enseñó a su padre lo bien que “leía” Guibor. Al rabino la idea de ensuciar con
comida un libro le parecía casi un sacrilegio, ya que los judíos respetan mucho
la palabra escrita, pero al tratarse de un libro viejo y no judío y al ser la
única idea que tenían para salvar a la familia y a toda la aljama, estuvo de
acuerdo en seguir enseñando a Guibor a “leer”, con la condición-le dijo a Sara-
que fuera un secreto entre los dos y que no se lo dijera a nadie, ni siquiera a
su madre. Así que Sara siguió día tras día con el mismo proceso. Guibor, era
tan listo que llegó ya un momento en el que al ver a Sara con un libro en la
mano, se acercaba corriendo, pues llegaba su hora de comer.
El día fijado, el Rabí Jaím, su hija Sara y Guibor
viajaron a Sos para ver al monarca. En la villa estaban de fiesta, ya que la
Reina Juana Enríquez había dado a luz unos días antes a su hijo Fernando.
Llevaban una nueva y bonita copia de la Hagadá shel Pésaj. No podían aparecer
ante la corte con el viejo y manchado libro y tenían miedo de que se enfadara
el monarca con un libro en latín, porque, aunque el Rey no sabía leer, sus
consejeros sí y no se sabe qué excusa podían encontrar con un libro cristiano
para crearles problemas a los judíos.
Al enterarse Majmud de su llegada a Sos, le recordó la
cita a Su Majestad, y el Rey convocó a toda la Corte y a los numerosos
invitados que estaban en la villa para celebrar el nacimiento de Fernando.
Al llegar ante los monarcas y su comitiva, Sara sacó
el libro y le dijo a Guibor: “!Ven Guibor! ¡Muestra al Rey lo que te ha
enseñado mi padre!” El perro se acercó al libro saboreando ya las delicias de
pollo escondidas entre sus hojas. La joven dejó el libro sobre una banqueta
baja para que el perro pudiera llegar con facilidad a él. Guibor olfateaba
alrededor del libro, las tapas, los lomos…Iba buscando el conocido olor a
comida pero allí no había nada. El perro introdujo su pata delantera entre la
tapa y la primera hoja: nada; pasaba otra hoja con su patita, olfateaba de
arriba abajo la hoja, como leyendo las letras y nada, allí tampoco había lo que
buscaba, y lo que todos los espectadores estaban viendo era cómo “leía” el
perro. Pasó la siguiente hoja y la siguiente y la siguiente, pero nada de
comida; los nervios hacían que emitiera cortos gruñidos y ladridos de
impaciencia; pasó otra hoja y otra, y así continuó buscando la comida, ladrando
cada vez más fuerte, fruto de los nervios y de la desesperación ; así llegó
hasta la última hoja: hoy no había pollo en el libro. Una vez inspeccionado
todo el libro y al entender que no había comida, se sentó confuso y miró a
Sara. La muchacha le acarició suavemente la cabeza y le dio un suculento trozo
de pollo. “Qué maravilla!, exclamó el Rey.
“¿Pero cómo es
posible?- pensó Majmud- y no pudiendo reprimir su ira exclamó: “¿Pero qué idioma
es ese que está hablando el perro? ¡No es castellano ni hebreo!” A lo que el
Rabí Jaím le contestó: “es el idioma de los perros. Nosotros le enseñamos a
leer, no a hablar. Pero si su Majestad Juan II le regala un cachorro a vuesa
merced, Majmud, seguro que vos conseguiréis enseñarle a hablar”. Majmud se
quedó pálido viendo que estaba a punto de caer en la misma trampa que él había
tendido al rabino, y tartamudeando dijo: “Mejor dejemos que los perros hagan
cosas de perros y los hombres cosas de hombres”
Desde ese día, Majmud no volvió a intentar perjudicar
ni al rabino ni a los judíos. Estaba muy agradecido a Jaím por no insistir en
su sugerencia, sabiendo que el judío podría haber aprovechado la ocasión para
ponerlo en un grave aprieto. Con el tiempo se hicieron amigos y su colaboración
y buenos consejos contribuyeron al buen hacer del Rey y a la felicidad de las
dos comunidades.
Guibor
regresó a Uncastillo y nunca más volvió a “leer” un libro: prefería comer el
pollo directamente de su plato o de la mano de su cuidadora.
[1] En Uncastillo se halló
una lápida funeraria con la siguiente inscripción: “esta es la tumba del
anciano, el justo y sabio rabí Meir, hijo de rabí Yaacov, que murió en el mes
de Nisan del año judío 4839 ( Segun el calendario gregoriano en la primavera de
1079)
[2] Libro o rollo de
Ester. Forma parte de las cinco meguilat (rollos) que están incluídos dentro de
los 24 tomos de la Biblia judía ( o sea, el Antiguo Testamento)
[3] Libro en el que se
compilan todos los textos que se leen en la noche del séder de Pésaj (Pascua),
escritos en distintas épocas. Desde el siglo XIVse le agregaron ilustraciones
[4] En hebreo, saludable,
limpio.Según la Biblia sólo los animales rumiantes de pata hendida son considerados
kasher (ver Dt.14, 3-21)
[5] Reglas alimentarias
prescritas por la Torá, analizadas y desarrolladas en el Talmud y codificadas
en el Código Legal Judío “Shuljan Aruj”
BIBLIOGRAFIA
-MAOR, LUZ. El olivo de la Aljafería. Cuentos judíos en Aragón. Certeza. Zaragoza, 2008.
BIBLIOGRAFIA
-MAOR, LUZ. El olivo de la Aljafería. Cuentos judíos en Aragón. Certeza. Zaragoza, 2008.
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