Desgraciadamente, en este mundo ocurren trágicos sucesos y horribles asesinatos más a menudo de lo que desearíamos todos, que debería ser ninguno. Sucesos que nadie querría relatar pero, lamentablemente, ocurren.
Unos crímenes tienen más repercusión social que otros y han quedado en nuestra memoria para siempre: el crimen de los Galindos, la matanza de Atocha, la matanza de Puerto Urraco, el caso Alcásser…y otros muchos más con menor repercusión, pero no por ello menos atroces y horrorosos, que no han tenido más alcance mediático que el relativo con su entorno o, a lo más, con su comarca o comunidad autónoma, aunque lo ocurrido en Sos del Rey Católico el pasado siglo llegó a tener repercusión a nivel nacional, haciéndose eco de la noticia y del seguimiento del juicio toda la prensa española, que titulaba este suceso como “el caso de la envenenadora”; una sucesión de muertes que tuvo en vilo a todo el pueblo y su comarca.
Algunos de los crímenes antes citados fueron resueltos y sus autores condenados; pero otros muchos casos quedan todavía sin resolver o han sido sobreseídos o absueltos los sospechosos por falta de pruebas, como sucedió en "el caso de la envenenadora".
Sos
del Rey Católico. Década de los años 30.
Don Román Artieda y su mujer Delfina
Lacuey era un feliz matrimonio que vivía en Sos del Rey Católico. El único
contratiempo de la feliz pareja era que doña Delfina padecía ceguera, por lo que
necesitaba ayuda en la casa; alguien que le echara una mano en las tareas del
hogar allí donde Delfina no podía desenvolverse con normalidad por sí misma debido a su invidencia. Para ello, Román y Delfina decidieron contratar a una joven del
cercano pueblo de Petilla de Aragón, Simona, que desde el mismo momento que
llegó a Sos del Rey Católico fue apodada cariñosamente por los lugareños como
“la petillana”.
Simona “la petillana” era una
agraciada joven, fuerte, desenvuelta, con buena disposición para atender las
necesidades de Delfina y con los encantos suficientes para enamorar al hijo del
matrimonio, Luciano Artieda Lacuey, de 26 años, que para entonces ya era viudo.
Luciano y “la petillana”, tras unos meses de noviazgo, decidieron casarse y
tener hijos.
Sos del Rey Católico. Década de los 40.
A comienzos de esta década mueren, en un intervalo de tres años, Delfina Lacuey, Román Artieda y su hijo Luciano. Los médicos certificaron sendas muertes como naturales, derivadas de otras enfermedades que padecían los fallecidos.
Los vecinos de Sos murmuran, recelan de "la petillana"; demasiada coincidencia; pero nadie dice ni hace nada. Todo parece ser que las muertes de la familia Artieda han siso, simplemente, unas desgraciadas coincidencias que les ha deparado el destino.
"La petillana" se trasladó a la cercana pardina de Mamillas para trabajar como asistenta en otras casas.
Zaragoza. Año 1951. (Nueve años después de las muertes de la familia Artieda)
Transcurrida casi una década, Julio Eseverri Biel, vecino de Sos,
se presenta en la comisaría de Policía del Distrito Centro de la capital
aragonesa para denunciar cinco supuestas muertes por envenenamiento y un
envenenamiento frustrado, cuya presunta autora sería Simona P.M.(“la
petillana”).
Eseverri, en su declaración,
denuncia el fallecimiento, con pocos días de intervalo, de su cuñada Julia
Leache Cortés, de 33 años, y de su madre política María Cortés Esparza,
declarando que murieron “entre sospechosos vómitos y diarreas” atendidas por
Simona, que trabajaba como asistenta y cocinera para ellas.
Pero resulta, continúa Eseverri en su
declaración, que Simona es ya viuda desde hace 9 años, y tanto su marido Luciano como sus suegros, el feliz
matrimonio Román y Delfina, fallecieron en un intervalo de tres años
manifestando los mismos síntomas: diarreas, vómitos, dolores estomacales…
El comisario que tomaba declaración
a Eseverri no daba crédito a lo que estaba redactando, y el declarante aún
prosiguió con su denuncia diciendo que la viuda de su cuñado, Felicidad
Onco, fue unos días a Sos a cuidar a unos familiares y, tras tomar una taza de
leche que Simona le había ofrecido, enfermó gravemente manifestando vómitos,
diarreas y dolores de estómago. Al día siguiente, Simona le preparó una rodaja
de merluza que le sentó muy mal, presentando los mismos síntomas. El tercer
día, Felicidad abandonó Sos para irse a su casa y ya no volvió a tener nunca más
molestias estomacales.
Ante semejantes coincidencias en la
denuncia, como es natural, se puso en marcha una investigación solicitando, en un principio, al Juzgado Municipal de Sos del Rey Católico, los
certificados de defunción de las cinco presuntas víctimas.
Todo este revuelo que se origina en la zona y el cúmulo de coincidencias en las muertes de cinco vecinos que han sido servidos y atendidos por “la petillana”, hacen, evidentemente, que los vecinos murmuren y desconfíen de aquella jovenzuela de Petilla que hacía años había llegado a Sos a servir en una casa del pueblo. Si ya murmuraban desde hacía nueve años, ahora lo hacían con más convencimiento; no era posible, y resultaban muy sospechosas, tantas coincidencias.
Ahora Simona residía en la pardina de Mamillas, entidad mucho más pequeña que Sos, con muy pocos habitantes, donde la totalidad del vecindario se conoce, por lo que la vida de Simona no debió ser muy tranquila esos días al notar que era el centro de todas las miradas de sus vecinos, que murmuraban a su paso y notaba cómo le apuntaban con el dedo acusador, y más cuando los vecinos se enteraron de lo sucedido a Felicidad Onco, otra posible víctima.
Mientras tanto, las investigaciones continuaban.
Los certificados de defunción no
despejaron ninguna duda en la investigación, aseverando que los fallecimientos
se produjeron por muerte natural: Julia Leache Cortés murió el 31 de enero de
1951 a causa de una apendicitis crónica; María Cortés Esparza, muerta en
febrero del mismo año, por una colecistitis crónica; Luciano Artieda por
insuficiencia cardíaca aguda; su padre Román Artieda por peritonitis y su madre
Delfina Lacuey por coma. Estos tres
últimos fallecieron 9 años antes de la denuncia presentada por Eseverri, lo que hace pensar en que, si bien la gente
pensaba ya en Sos en la posible culpabilidad de Simona, nadie, por unas u otras
causas, se había atrevido a dar el paso definitivo de la denuncia hasta el
momento en que Eseverri se lanza a la aventura acuciado por las muertes de sus
seres queridos”[1],
ya en 1951.
El paso siguiente fue tomar
declaración en el Juzgado Municipal a los médicos que firmaron los certificados
de defunción de las presuntas envenenadas. Fueron don Jorge Fuertes Machín, que
certificó las muertes a instancias del médico de Sofuentes, Juan Ignacio
Herráiz, y José Hernández Mansilla. Ambos declararon firmemente que las muertes
de Julia Leache y de María Cortés se produjeron por motivos naturales a causa
de conocidas enfermedades sin posibilidades de curación, descartando cualquier
probabilidad de envenenamiento. Sin embargo, el doctor Herráiz llegaría a admitir la posibilidad de que los
dos fallecimientos se hubieran producido de forma similar, a causa de un
colapso si bien, y en ello insistiría siempre, los procesos habrían sido, en
todo caso, diferentes.[2]
Seguidamente,
el juez instructor solicitó informes y antecedentes de Simona a la Guardia
Civil, ordenó la exhumación de los cadáveres de María Cortés y Julia Leache
para analizar unas muestras y llamó a declarar a Simona.
Los antecedentes de Simona no aclararon
nada, estaba ”limpia”, y los informes tampoco despejaron ninguna duda más allá
de la poca simpatía que gozaba entre los vecinos de Sos, que ya desde hacía 9
años sospechaban de ella por las muertes de Román, Delfina y su hijo Luciano.
En el interrogatorio a Simona, el
juez se interesó en saber si conocía a su futuro marido antes de entrar a
servir en casa de la familia Artieda. Simona negó cualquier tipo de relaciones
previas a su llegada a la casa, añadiendo que su amor por Luciano surgió tras
la entrada en la misma, negando cualquier otro tipo de interés, sobre todo
económico. El hecho de haber heredado algunas posesiones de la familia, algunas
tierras y alguna casa, no supuso tener que dejar de trabajar, pues aunque era evidente que no sufría una situación de extrema necesidad, también es cierto que
su situación económica no era excesivamente desahogada.
En referencia al estado de salud de
su marido, Simona dijo que tras el fin de la guerra civil padecía del estómago
y que de soltero sufría fuertes dolores de cabeza que necesitaron
hospitalización. Respecto a su suegro dijo que también padecía del estómago,
especialmente con los calores; y sobre su suegra comentó que era ya una mujer
de avanzada edad y que un día, al entrar en casa, se la encontraron tendida
muerta en la escalera.
Otros testimonios y declaraciones de
vecinos de Sos van engordando el sumario de más de 120 folios sin hallar nada
determinante para poder procesar a Simona hasta que llegaron los resultados de
los análisis de las muestras tomadas de las vísceras de María Cortés y Julia
Leache, realizados por el Instituto de Toxicología de Barcelona.
En su informe, el Instituto de
Toxicología aprecia indicios de arsénico en las muestras del estómago y del
hígado tanto en María Cortés como en Julia Leache.
Esto fue suficiente para que el Juez
de Instrucción dictara el auto de procesamiento contra Simona, que fue detenida
e ingresada inmediatamente en la prisión provincial.
Habría sido interesante y
determinante realizar los mismos análisis a los tres fallecidos nueve años
atrás, pero las pruebas no podían realizarse debido al estado esquelético en que se
encontrarían sus cuerpos tras tanto tiempo inhumados.
En el juicio, el ministerio fiscal
pidió una pena de 30 años de prisión mayor por un delito de parricidio, cuatro
penas más de treinta años por sendos delitos de asesinato y otra de 18 años por
un delito de asesinato frustrado; total 168 años, además de una indemnización
de 30.000 ptas. a cada uno de los herederos de las víctimas.
El tribunal estaba compuesto por don
Jacinto García Monje y Martín, como presidente, y los magistrados don Víctor
Ruiz de la Cuesta y Burgo y don Luis Giménez Estárez y Armijo.
Zaragoza ha destacado siempre por
ser una ciudad de donde han salido grandes profesionales de la abogacía. Por
aquel entonces, un joven abogado empezaba a destacar en la ciudad, con un corto
pero notable y exitoso historial, que con "el caso de la envenenadora”
conseguiría una de las mejores reputaciones como criminalista de Zaragoza, don
Vicente Alquézar García.
El
informe de Alquézar hacía hincapié en que tanto las pruebas practicadas en el
período sumarial como en el juicio oral, no podían servir de fundamento en un
fallo condenatorio[3].
Alquézar
defendió que todo eran conjeturas y coincidencias, sin pruebas contundentes.
Respecto a la prueba que determinó el procesamiento de Simona, el arsénico,
quedó desvirtuada al explicar las cantidades que de este metaloide químico
aparecen de forma natural en el organismo humano.
El tribunal consideró que no había
pruebas concluyentes de que Simona hubiera envenenado a estas personas y el resultado fue una sentencia absolutoria.
++++++++++++
Este es el caso de “la envenenadora”,
que a mitad del pasado siglo trajo en vilo y revolucionó a todo el pueblo de
Sos, donde Simona estuvo por un tiempo en boca de todos los sosienses, siguiendo el juicio con sumo interés, al que asistieron a testificar varios vecinos de la villa. Un episodio de la España profunda que la mayoría va olvidando y que se va desvaneciendo conforme transcurre el tiempo.
Me encantaría saber más sobre este tema,ya que soy nieta d Julia,su hija siempre he querido saber más tema más información,fotos de ella porque su hija tenía meses cuando falleció..
ResponderEliminarDime dónde puedo hacerte llegar la información.(Utiliza el formulario de contacto de esta página)
EliminarLos hombres matan más, está claro, pero alguna mujer también hay y con esto de los venenos...
ResponderEliminarLeí con atención
ResponderEliminarHay un libro que cuenta esta historia. No me acuerdo del nombre, recuerdo leerlo de pequeña. ¿Dónde puedo encontrarlo?
ResponderEliminarSiento contradecirte, pero no existe ningún libro sobre este suceso, que es real. Lo que sí existe es hemeroteca, tanto a nivel regional como nacional. Se pueden encontrar varios artículos en diferentes periódicos y publicaciones en las fechas en las que acontecieron y se desarrollaron los hechos .
EliminarSi que existe un libro soy familia de Lacuey y mi prima tiene uno es pequeño tipo novela yo he pasado muchos veranos en mamillas y conoci a la petillana y jugaba con su hijo Luciano
ResponderEliminar