La gran cantidad de lobos que poblaban la Península Ibérica en el siglo XVI, y los continuos ataques de estos cánidos a los ganados, hizo que los ganaderos sufrieran cuantiosa pérdidas económicas pues, a la pérdida de los animales devorados por los lobos había que añadir los heridos y contagiados de rabia, además de las pérdidas de crías y los productos derivados de los animales, como leche, carne o lana, sin tener en cuenta el esfuerzo y trabajo de largas y continuas jornadas destinadas a la custodia de los rebaños y a las batidas de caza, por lo que la caza del lobo se convirtió en una auténtica “cruzada” en la que había que vencer al enemigo y en la que el uso de cualquier método era válido con tal de aniquilarlo.
Y
es en esta guerra contra el lobo, acentuada por la crisis de finales del siglo
XVI y XVII, donde surgen unos aprovechados personajes para beneficiarse de esta
lucha que llegó a convertirse, incluso, en una "razón de Estado”.
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El término "lobero" está claro que deriva de “lobo”. Por ejemplo, lobero, o lobera,
se llama al monte donde hacen sus guaridas los lobos. Lobera de Onsella,
municipio cercano a Sos del Rey Católico, debe su nombre precisamente por ser
un lugar frecuentado antiguamente por numerosos lobos. Pero lobero también es usado
como adjetivo calificativo y, en el transcurso de los siglos, el término
“lobero” ha tenido distintas connotaciones o matices dependiendo de las
diferentes “actividades” o comportamientos con los que se asociaba a la persona así
calificada, aunque sin perder nunca su vinculación con estos animales salvajes.
Así, en la Edad Media, se llamaban loberos a unos siniestros personajes que,
siempre solitarios, independientes y desligados prácticamente del resto de la
sociedad, convivían con las manadas de lobos convirtiéndose en una especie de
“macho alfa” de la manada y cobraban a los habitantes de una población por
hacer que los lobos dejaran tranquilo al ganado. La gente del pueblo los
consideraba como “brujos”, a los que pagaban una cuota determinada por mantener
a los lobos alejados de su poblado, si bien fueron perseguidos por la
Inquisición por considerarlos como unos “endemoniados”.
En
el Siglo de Oro, con la crisis de finales del siglo XVI y el progresivo empobrecimiento
de los sectores más desfavorecidos de la sociedad, pueblos y ciudades se
empezaron a llenar de vagabundos, mendigos, pedigüeños, pillos… y, entre ellos,
unos variopintos personajes cuyo mayor exponente es el pícaro que, como dice
Covarrubias: “…si no tienen de qué comer lo han de hurtar o robar”[1].
En la ruta jacobea tampoco podían
faltar estos bribones, sólo hay que leer el Codex Calixtinus para ver el amplio
repertorio de pillos que nos presenta su autor, Aymeric Picaud, y la variedad de
tretas y engaños empleados para defraudar, estafar o timar al pobre peregrino.
Y en aquellas zonas rurales donde la ganadería es, prácticamente, el sustento
de casi toda su población, hicieron acto de presencia otros pícaros
relacionados con el ganado: los “loberos”; de nuevo estos personajes, pero con
una artimaña distinta a la de sus “colegas” de la Edad Media
El lobo ha sido una sub-especie
endémica que sólo podía encontrarse en la Península Ibérica. La cantidad de lobos
repartidos por todo el territorio español fue muy abundante y su continua caza
fue mermando progresivamente su población hasta casi extinguirse en la década
de los años 60 del pasado siglo.
Sin
entrar en la controversia entre detractores y defensores, los motivos de su cacería
han sido diversos: por deporte, por control de plagas, por su piel…pero el
motivo que más ha contribuido a la casi desaparición del lobo ha sido, ya desde
el Neolítico, la protección de la ganadería, sobre todo en áreas rurales. Había
que proteger el ganado de los ataques de los lobos; por eso se realizaban
batidas para darles caza e incluso se ofrecían recompensas a quienes lograran
matar un lobo. Una ley de Cortes de Navarra de 1817 detalla la recompensa de 120
reales a quien matara un lobo adulto y 60 reales por un lobezno.
“Por
quanto nos ha seido fecha relacion , que
los señores de ganado y otras personas han recibido y reciben mucho daño por
causa de los muchos lobos que hay en estos nuestros Reynos; y porque esto cese,
nos fué suplicado, que mandásemos dar licencia á todas las ciudades, villas y
lugares destos nuestros Reynos, para que puedan dar órden como se maten los
dichos lobos , aunque sea con yerba (veneno), y puedan señalar el premio por
cada cabeza de lobo , ó por cada cama dellos que les traxeren, y puedan hacer
sobre ello las ordenanzas que convinieren para la buena órden y execucion
dello…" (ley 5, tit.8, lib.7. R.)[2]
Otra
ley posterior, la ley XXXIII de 1652 dice que “cada lobo grande que se matare
se pague seis ducados, y dos por cada cría”[3].
Esta ley se prorrogará diez años más.
Ya hemos visto cómo la toponimia ha dejado
huella de la presencia de lobos en nuestra zona (Lobera de Onsella) y prácticamente
todos los pueblos que componen esta comarca vivían exclusivamente de la
ganadería, por lo que los lobos disponían de abundantes
presas a las que atacar en este territorio. El daño que estos animales
ocasionaban a los habitantes se convirtió en una persecución y exterminio de
lobos premiando económicamente a los autores de su cacería, lo que originó el
nacimiento de un nuevo personaje en la zona: el “cazarrecompensas” de lobos. Y
es aquí donde el pícaro “lobero” desarrolló su astucia para beneficiarse
económicamente allí donde la presencia de lobos era notoria. Sos, Sangüesa, Navardún, Undués, y todos los pueblos de la Valdonsella fueron los escenarios de estos pillos sinvergüenzas.
Estos
pícaros iban de pueblo en pueblo presentando una piel de lobo diciendo que le
habían dado muerte en las cercanías cuando estaba acechando a unos corderillos
o cualquier otro animal doméstico. Los Justicias de los municipios les
felicitaban y les daban la recompensa establecida, además de otras
gratificaciones y propinas que recibían de los agradecidos pastores y
ganaderos. Los “loberos” recogían el dinero y la piel del lobo y marchaban al
siguiente pueblo a repetir la escena.
Lo
que no sabían los inocentes aldeanos era que esa piel de lobo que les mostraban
era siempre la misma en todos los pueblos. Con la piel de sólo un animal muerto
se las ingeniaban para vivir meses, e incluso años. Antes de entrar en cada
municipio manchaban con sangre fresca la boca y heridas del pellejo para
simular que su captura era reciente, los habitantes se creían el engaño, les
abonaban la recompensa y los “loberos” cargaban con la piel del lobo al hombro
y…¡ a otro pueblo![4]
Pero,
a la larga, el fraude fue detectado.
Como
casi en todos los conflictos fronterizos entre aragoneses y navarros, los de
Aragón echaban la culpa a los navarros de ser ellos quienes practicaban estos
engaños por los pueblos de Aragón, mientras que los navarros culpaban a los
aragoneses, aunque realmente las prácticas de estos pícaros y truhanes en
tiempos de extrema necesidad no entendía de límites fronterizos.
“Los
Tres Estados de este Reyno de Navarra… decimos: Que algunos forasteros de este
Reyno, y naturales de los confinantes, y especialmente del de Aragón, se
introducen en este, y llevando un lobo muerto, o la piel de el, andan por todos
los Lugares, pidiendo alguna recompensa por el beneficio que suponen resulta á
los dueños de ganados mayores, y menores, en la extinción de estos animales; y
los Pueblos les dan alguna cantidad, que cargan en la cuenta de los propios y
rentas, y los dueños de los ganados les contribuyen también con alguna cosa,
sin que esta permisión produzca ninguna utilidad…y no se consigue el fin de que
se eviten los daños que ocasionan los lobos en este Reyno, no solo porque los
que se traen, como se ha expresado, son muertos fuera de él, sino porque con un
solo lobo, ó con su piel, andas muchos meses, y aun años, vagando por los
lugares; todo lo que juzgamos digno de remedio, y para que se logre. Suplicamos
á V….que en este Reyno no pueda andar ningún extranjero con lobos muertos, ni
pellejos suyos, pidiendo que les contribuyan los Ganaderos, y Lugares, y que
estos no les puedan dar cosa alguna… Y que todos los Alcaldes, y Regidores
tengan obligación de impedir el llevar dichos lobos, ó pellejos en la forma
espresada, y quitarlos á las personas que los llevaren, poniéndolas en la
Carcel por veinte y quatro oras, para que se escarmienten, y no vuelvan”[5].
Con
todas estas leyes y disposiciones el pícaro lobero del pellejo al hombro tenía
muy difícil seguir engañando a la gente por los pueblos de la comarca; pero
como la picaresca la llevan en la sangre, sólo era cuestión de abandonar el
“oficio” de lobero y dedicarse a otras “actividades” igual de censurables y delictivas,
deambulando por estos lugares realizando otros supuestos oficios relacionados
con la ganadería que, al igual que el de lobero, sólo pretendían engañar y defraudar
a la gente, como fueron los emasculadores o los afeitadores de caballerías, de
los que hablaremos en otra ocasión, amén de otros pícaros que pululaban por la
zona.
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El lobo, que abundó
extraordinariamente hasta el siglo XIX, fue exterminado en nuestra región en la
década de los años 60 del siglo XX. Sus últimos reductos fueron los Pirineos,
el Moncayo, las sierras de Beceite y los Montes Universales.
Actualmente es una especie protegida,
aunque continua activa la controversia de su caza entre detractores y defensores y su "caza" sigue viva, aunque sea de forma furtiva.
[1] Cobarruvias, Sebastián de. El Tesoro de la Lengua Castellana o Española. Voz: vagar.
[2] Novísima Recopilación de las Leyes de España, mandadas formar por el Señor Don Carlos IV. T.3, lib.7, ley I, pp. 651-652. Madrid, 1805
[3] Novísima Recopilación de las Leyes del Reino de Navarra. Ley XXXIII. Año 1735
[4] La actividad de estos loberos también es recogida por Iribarren en su libro “Historias y Costumbres”
[5] Ley LX. Quaderno de las Leyes y agravios reparados de los años de 1743 y 1744.
[6] Real Cédula de 25 de marzo de 1783. Imp. De D. Antonio Espinosa. Segovia, 1783.
[7] Real Cédula de 1788. Pamplona
BIBLIOGRAFÍA
-COVARRUBIAS OROZCO,
SEBASTIÁN DE. El
Tesoro de la Lengua Castellana o Española. Imp. Luis Sánchez. Madrid, 1611.
-IRIBARREN, JOSÉ MARÍA. Historias y costumbres. I.P.V.
Diputación Foral de Navarra. Pamplona, 1956
-NAVARRO DURÁN, ROSA.
“Sospechosos habituales. Los pícaros en la calle y en la literatura”. Revista Desperta
Ferro. Arqueología & Historia, nº 20.
Pícaros en el Siglo de Oro, pp.14-20. Desperta Ferro Ediciones. Madrid,
2018
-Novísima Recopilación de
las Leyes de España. Mandadas formar por el Señor Don Carlos IV.
Madrid, 1805.
-Novíssima Recopilación de
las Leyes de el Reino de Navarra. T. I. Año 1735. Imp. Joseph
Joachin Martínez. Pamplona, 1735.
-Quaderno de las Leyes y
agravios reparados del año de los años 1743 y 1744. Imp. Pedro Joseph Ezquerro. Pamplona, 1744.
-Real Cédula de S.M. y
Señores del Consejo. Imp. De D. Antonio Espinosa. Segovia, 1783.
-Real Celula de S.M. y
Señores del Consejo. Año 1788. Imp. De la Viuda de Don José
Miguel de Ezquerro. Pamplona.
En la web:
-revistajaraysedal.es.
Israel Hernández Tabernero. “¿Por qué es erróneo culpar a los cazadores
españoles de la situación de los animales en peligro de extinción?” 06/06/2020
-otsoanafarroanelloboeennavarra.home.blog. El lobo en Navarra. “Legislación
histórica respecto al lobo en Navarra”
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