En
el primer post de “remedios caseros”(ver) de "la abuela" vimos cómo algunos animales de los que
conforman la fauna autóctona de la comarca de Sos eran utilizados para curar
determinadas dolencias o enfermedades sin que estos sufrieran daño alguno; pero
en este segundo post, lamentablemente, existen remedios en los que la
terapéutica popular se aplica con el sacrificio de algunos animales, todo en
bien de la salud de los pacientes. De nuevo, Iribarren nos los cuenta en “el
folklore de Sos y la Valdonsella”.
Por
ejemplo, contra las jaquecas, un remedio eficaz es llevar en un saquito patas
de ranuecos (sapos de balsa). El
mismo remedio sirve contra las convulsiones y enfermedades nerviosas (mal de
corazón), donde el saquito con las patas de ranuecos se colgará del cuello. Eso
sí, los sapos tendrán que cogerse del agua, si se cogen en tierra no tienen
efectos curativos.
Contra
las mordeduras de animales ponzoñosos lo mejor es succionar la herida
producida, coger al animal y freirlo vivo en aceite, aplicando este sobre la
herida durante 48 horas.
Para
que desaparezca la caspa y fortalecer el pelo
hay que masajear la cabeza con el agua resultante de la cocción de
ortigas y el aceite donde se frieron lirones o lardachos (lagartos).
Dejando
ya el sacrificio de animales, contra los dolores de estómago el remedio es
mucho más dulce. Se aplica una cataplasma en la parte superior del abdomen
compuesta por canela y bizcocho con vino blanco.
Según
la tradición popular, para que desaparezcan las verrugas lo mejor es frotarlas
con la propia saliva, pero estando en ayunas. Otra forma de deshacerse de las
verrugas es dejándolas en el campo; para ello hay que ir a un lugar por donde
sepamos que no vamos a volver a pasar nunca más y se colocan, bajo piedras, tantas
hojas de boj como verrugas se tengan, a la vez que se dice: “Verrugas tengo; aquí las dejo, y me voy
corriendo”. Conforme las hojas se vayan secando, las verrugas irán desapareciendo. Pero
asegúrate de no volver a pasar nunca más por ese lugar, de lo contrario volverás
a coger las verrugas.
Contra
las manifestaciones histéricas de las mujeres se coloca una piedra grande sobre
su pubis para evitar que la matriz se salga de su sitio.
Para contener las hemorragias nasales hay que poner una cruz, hecha con dos pajuelas, en el cogote del que sangra; seguidamente hay que verterle agua fría en la nuca.
La gente creía que en las distensiones musculares se producía una rotura de hebras o fibras, por lo que había que aplicar un apósito de estopa y pez sobre la parte afectada para que las hebras rotas se unieran.
Para problemas oculares eran buenas las instilaciones aplicadas con la savia que destilan las parras recién cortadas.
Cuando a los niños se les caían los dientes de leche, había que quemarlos (los dientes, no los niños), porque si se los tragaba algun animal, el nuevo diente que le saldría al niño sería igual que el del animal que se lo tragó.
Si alguien tenía sarna, lo mejor era revolcarse desnudo sobre la cebada cubierta de rocío antes de salir el sol el día de San Juan.
Por
norma general, los materiales de cura y los apósitos colocados en las heridas jamás deben quemarse, de lo contrario las heridas nunca cicatrizarán. Hay que
enterrarlos.
Estos han sido algunos de los remedios terapéuticos que aplicaban nuestras abuelas a las dolencias y enfermedades más habituales. Existen muchos más y actualmente ya no se aplica ninguno; pero sirvan estos dos posts como recuerdo de aquellos tiempos no muy lejanos en los que la medicina y la sabiduría popular estaba muy arraigada en los núcleos rurales. Estos "remedios caseros" a veces daban resultado, avalado por las investigaciones de la avanzada ciencia médica actual, pero otras veces carecían de rigor científico alguno, basado simplemente en ancestrales creencias y supersticiones heredadas de generación tras generación. Pero forman parte de nuestras costumbres, cultura y folklore, que no tenemos que olvidar.
BIBLIOGRAFÍA
-IRIBARREN, JOSÉ MARÍA. “El
folklore de Sos y la Valdonsella”. Historias
y costumbres, pp. 285-307. I.P.V.
Diputación Foral de Navarra. Pamplona, 1956.
No hay comentarios:
Publicar un comentario