domingo, 6 de febrero de 2022

LOS CLAUSTROS. EL CLAUSTRO DE VALENTUÑANA

 

Claustro de Valentuñana (Sos del rey Católico)

La palabra claustro proviene del latin claustrum (cerradura, cerrojo, cierre), derivado de claudere (cerrar) por indicar un sitio cerrado o una reunión (cerrada) de un grupo de personas. En términos arquitectónicos se refiere a una galería que rodea el patio principal de una iglesia, convento o monasterio, donde los monjes y frailes vivían “enclaustrados” (encerrados, sin contacto con el mundo exterior).

En un monasterio, el edificio principal es la iglesia, lugar de oración de los monjes, y el claustro era, quizás, el segundo elemento estructural en importancia, desde donde se accedía al resto de dependencias del cenobio y al que se tenía acceso directo desde la iglesia, ubicada, generalmente, junto a la galería norte, protegida de los vientos, del viento Aquilón, frío y tempestuoso, hijo de Eolo y de la Aurora, que arrastra con él, como la serpiente que lo representa, las maldades y los vicios de las profundidades de este mundo.

El término “clausura”, que ya proviene de la antigüedad clásica, fue utilizado para definir la vida de los monjes de la orden benedictina, sin que a través de la documentación que ha llegado hasta nuestros días de toda la Alta Edad Media, se pueda diferenciar si se refiere únicamente a una estancia (la que comúnmente conocemos como claustro) o al conjunto de toda la construcción monacal.

San Benito, fundador del monacato occidental, no dice nada en su Regla de los claustros; probablemente porque pensaba que todo el monasterio debía ser un claustro, un lugar alejado y aislado de lo mundano para dedicarse en cuerpo y alma a Dios: “ Si es posible, debe construirse el monasterio de modo que tenga todo lo necesario, esto es, agua, molino, huerta, y que las diversas artes se ejerzan dentro del monasterio, para que los monjes no tengan necesidad de andar fuera, porque esto no conviene en modo alguno a sus almas”.[1]

Fueron los monjes benedictinos quienes organizaron el sistema de construcción claustral, y en la Regla de San Isidoro también se establecía la conveniencia de unir los edificios de uso común alrededor de un patio. En el período carolingio ya existía el claustro como centro organizador de la vida monástica, y durante los siglos IX y X fue adoptado por las demás órdenes religiosas de vida comunitaria.

Un pergamino de principios del siglo IX, procedente de la ilustre abadía benedictina de Saint-Gall (Suiza), permite vislumbrar la relevancia que el claustro tenía en la vida monástica: “Es el centro del monasterio. El lugar dedicado a la meditación, en el que los religiosos se sumergen en los misterios de lo humano y de lo divino, profundizan, con el ejercicio del deambular, en la lectura de los textos sagrados”[2].

El claustro es el Paraíso, un lugar que San Isidoro describe en sus Etimologías: “ El paraíso es un lugar situado en tierras orientales, cuya denominación, traducido del griego al latín, significa jardín; en lengua hebrea se denomina Edén, que en nuestro idioma quiere decir delicias. La combinación de ambos nombres nos da El Jardín de las Delicias[…] De su centro brota una fontana que riega todo el bosque[…] por doquier se encuentra rodeado de espadas llameantes, es decir, se halla ceñido a una muralla de tal magnitud que sus llamas casi llegan al cielo…las llamas alejan a los hombres…para que las puertas del paraíso estén cerradas a la carne y al espíritu que desobedeció”[3].

En los siglos del románico, el paraíso, con sus jardines, su fuente y murallas flameantes, se convirtió en jardín de piedra. El Paraíso apenas suele representarse en la pintura románica, a excepción de algún Mapamundi miniado. Y en la escultura tan solo el árbol de la vida y episodios de la expulsión de Adán y Eva  reflejan su existencia como lugar. “El Paraiso, pues, no se representa: es el claustro, el espacio aislado de las iglesias catedrales, colegiales o monásticas, sin función concreta, isla de naturaleza en el que se revive la primigenia inocencia de la Creación”[4].

       El claustro, como paraíso, ha de configurarse a la manera de una Jerusalén celestial.  Tiene forma cuadrada, y en cada uno de sus lados, también llamados panda o benedictos, una galería cubierta porticada. En el centro suele haber un pozo, fuente o árbol (el axis mundi) en el que confluyen cuatro caminos donde se cruzan las coordenadas temporales y las espaciales; en el espacio restante, un pequeño jardín y, a su alrededor, altos muros de piedra protegen su pureza de los espíritus malignos y de las envidias humanas. 

       El armariolum, sala capitular, calefactorio, refectorio, biblioteca, scriptorium, hospital, cocina, bodega y almacén, son las diferentes estancias a las que se accede desde el claustro, centro neurálgico de la vida monacal, donde los religiosos pasan la vida en común, armoniosamente, de noche y de día, abandonando las cosas profanas, para servir a Dios. La sala capitular, desde donde se gobernaba la comunidad, arquitectónicamente, era la que recibía un trato más noble y esmerado, con bóvedas nervadas que solían descansar en columnas centrales o apeadas en modillones en las paredes.

Lavabo. Claustro de
Valentuñana. (Sos del
Rey Católico)
            Frente al refectorio, o próximo a él, no solía faltar un templete de lavado cuya fuente estaba destinada a las obligaciones antes de las comidas. En la planta superior se encontraban las celdas o dormitorios.

          El armariolum es una pequeña estancia, generalmente cerca del cuerpo de la iglesia, que servía como estudio o pequeña biblioteca en el que se consultaban y depositaban los libros litúrgicos para los actos religiosos diarios, así como otros libros de lectura habitual de los monjes. Independientemente de este armariolum, existía otra estancia para la biblioteca del monasterio, con libros de mayor valor tanto histórico como material, documentos, legajos y pergaminos.

          A partir del siglo XI, a través de los movimientos congregacionistas anteriores a la reforma gregoriana, encontramos los primeros testimonios, tanto textuales como arqueológicos, de claustros románicos gracias a la recuperación del impulso constructivo, pero esto no significa que no existieran con anterioridad[5]. Hasta entonces, los claustros eran una representación de la belleza divina y de la armonía del universo: la desnudez de la piedra, el espacio, la naturaleza, el agua, las plantas, los árboles, el cielo, el sol,…; pero a lo largo del siglo XI, la renaciente escultura en las fachadas de las iglesias se fue introduciendo en los claustros, apareciendo bellos ejemplares escultóricos en muros, basas y capiteles de las columnas que servían de soporte en las galerías porticadas de los claustros y que tuvo sus detractores pues, defensores de la austeridad figurativa, argumentaban que las representaciones escénicas de pasajes historiados de la Biblia, de personas humanas, animales de lo más variado, etc, distraían a los monjes, pues la contemplación de las figuras esculpidas desviaban su atención de su fin principal, que era el de la meditación de la ley del Señor.

          A mediados del siglo XIl, el clérigo francés Hugo de Fouilloy, en su de claustro animae (el claustro del alma) expresa: “ ¡Oh, maravilloso pero perverso deleite![…] Que los edificios de los monjes no sean lujosos, sino humildes; no agradables, sino honestos. Es útil la piedra en la construcción, pero ¿Cuál es la utilidad de la piedra esculpida? Fue útil en la construcción del templo, pues servía como explicación y ejemplo. ¡ Que se lea el Génesis en un libro, no en una pared![6]

          Fue a partir del siglo XII cuando la orden cisterciense, nacida como una reforma de la cluniacense, vuelve a seguir la Regla de San Benito en cuanto a la austeridad arquitectónica se refiere. El ascetismo y pobreza de la orden se reflejan en la simplicidad de las formas de la arquitectura, evitando todo lo superfluo, esculturas, pinturas y adornos. Con la llegada del estilo gótico, los cistercienses aceptaron algunos conceptos del nuevo estilo y construyeron monasterios, donde el románico y el gótico convivían en la misma época hasta que el románico fue totalmente desplazado.

       El concilio de Trento (1545-1563) y la Contrarreforma Católica explicaron que a través de la arquitectura, pintura y escultura se puede llegar a impactar a los creyentes, justificando los adornos y demás elementos ornamentales, lo que originó el estilo barroco, ajustándose los cistercienses a las nuevas directrices del concilio construyendo edificaciones barrocas que afectarían a la arquitectura propiamente dicha, pero no así a la distribución espacial de los monasterios, que seguirían manteniendo las mismas estancias y dependencias que las establecidas por los benedictinos siglos atrás.

               Un claro ejemplo lo tenemos en el Monasterio de Valentuñana, en Sos del Rey Católico, construido en el período temporal conocido como “segundo barroco aragonés”, desarrollado desde el último tercio del siglo XVII hasta finales del XVIII, época de una importante revitalización de la actividad arquitectónica religiosa en Aragón[7] tras la crisis económica del siglo XVII.

Pozo en el centro del patio (Velentuñana)
        La nueva fábrica del monasterio de Valentuñana data de finales del siglo XVII y primer tercio del XVIII, en pleno barroco aragonés (ver),edificado según la nueva corriente arquitectónica, pero el claustro y sus adyacentes dependencias seguirán guardando la primigenia distribución benedictina, y así ha llegado hasta nuestros días aunque, actualmente, estas dependencias ya no se usan para las funciones que fueron creadas; éstas han sido adaptadas a las  comodidades de los tiempos modernos y ubicadas en otras zonas del edificio por su mejor  adaptabilidad, rendimiento, aprovechamiento y comodidad. Pero podemos seguir viendo el patio del claustro con el pozo en su centro, y acceder a la iglesia desde el mismo; los espacios que ocupaban el refectorio,
Una de las dependencias de la galería convertida
en sala de exposición
armariolum, sala capitular y demás dependencias que tenían acceso desde la galería, pero hoy en día  convertidos en salas que albergan un precioso y variado museo de gran valor biológico, antropológico y etnográfico (ver).

         Pero el Monasterio de Valentuñana y su claustro, aun con los cambios realizados, sigue rezumando la misma paz y tranquilidad que aquellos claustros que siglos atrás idearon los monjes benedictinos y que San Isidoro describió como el Paraíso. Sólo hay que pasear por su claustro, iglesia y exteriores del edificio, y dejarse llevar por su místico influjo "enclaustrador" para comprobar cómo una inmensa paz se adueña de nuestro cuerpo, mente y alma, (ver).



Otras dependencias del patio convertidas en museo





[1] Regla de San Benito. Cap. 66, 6-7.

[2] Joan Sureda. “Vere claustrum et paradisus” El espíritu del Arte Románico. Historia del Arte Español, T. IV, p.126.

[3] Etimologías. 14.3,2-4

[4] Joan Sureda. “Vere claustrum et paradisus” El espíritu del Arte Románico. Historia del Arte Español, T. IV, p.125.

[5] Xavier Barral i Altet. “La España del románico”. Historia del Arte Español, T.IV. pp. 64-65.

[6] Hugo de Fouilloy. De claustro animae, Cap. II, 4.

[7] Natalia Juan García. “Contribución a las trazas arquitectónicas del siglo XVII: el diseño de la iglesia del monasterio nuevo de San Juan de la Peña del arquitecto zaragozano Miguel Ximénez”. Artigrama, núm. 22,  p. 592, citando a Almería, José Antonio; Arroyo, Julia; Díez, Mª. Pilar; Ferrández, María Guadalupe; Rincón, Wifredo; Romero, Alfredo y Tovar, Rosa María, en Las artes en Zaragoza en el último tercio del siglo XVII (1676-1696). Estudio documental, pp.19-47.

 




 BIBLIOGRAFÍA

-BARRAL Y ALTET, XAVIER. “La España del románico”. Historia del Arte Español. T.IV, pp.11-97. Planeta. Barcelona, 1995.

-JUAN GARCÍA, NATALIA. “Contribución a las trazas arquitectónicas del siglo XVII: el diseño de la iglesia del monasterio nuevo de San Juan de la Peña del arquitecto zaragozano Miguel Ximénez”.  Atigrama nº 22, pp.567-593. I.F.C. Zaragoza, 1983.    

-SAN ISIDORO DE SEVILLA. Etimologías. Edición bilingüe. Texto latino, versión española y notas por José Oroz Reta y Manuel A. Marcos Casquero. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2004.

-SUREDA, JOAN. “Vere claustrum et paradisus”. Historia del Arte Español. T.IV, pp.125-129. Planeta. Barcelona, 1995.

En al web:

-Wikipedia. Arte cisterciense.

-http://www.sbenito.org/regla/rb.htm. Regla de San Benito. Abadía de San Benito.





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