La
luna, como el sol, las estrellas, astros y otros fenómenos astronómicos y celestiales,
difíciles de entender en la antigüedad, ha sido, desde siempre, objeto de culto y portadora, bien de buenos augurios o bien de malos presagios y desastres.
Ritos y creencias ancestrales sobre
la luna han perdurado hasta no hace mucho tiempo en nuestro folklore. En el País
Vasco, por ejemplo, los niños, en un rito pagano que se pierde en la
antigüedad, saludaban la salida de la luna doblando su cintura, inclinando la
cabeza y golpeándose los muslos con las manos; al incorporarse, levantaban los
brazos, mirando la luna y volvían a inclinarse y a levantar los brazos cantando
:
Ya sale la luna,
ya se puso el sol;
ya extiende su capa
Dios Nuestro Señor. [1]
Pero
la luna también ejercía malas influencias en los seres terrenales. Dicen que
emboba a los cánidos, de ahí los aullidos de perros y lobos cuando la miran, o
la peligrosidad de acercarse a toros y bueyes en luna llena, pues se enfurecen
bajo su influjo y hay que esperar a que la luna mengüe para que se amansen.
Asimismo, dicen que las franjas rojas de la luna son presagio de sucesos sangrientos. Cuentan que los vecinos de Sos del Rey Católico, en el año 1921, al ver la luna con franjas rojizas, pronosticaron el desastre de Annual a gritos de : “¡pobres soldados!¡Cuánta sangre están derramando en Melilla!”.[3]
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