"Discusión por un juego de cartas", de Jan Steen. |
La profunda jerarquización que
existía en la Edad Media en España, con una sociedad dividida entre la élite
social (clero y nobleza) y las capas sociales que emergían del pueblo llano,
supuso que una buena parte de la población, la perteneciente a los estratos más
inferiores de la sociedad, viviese, si no al límite, rozando la pobreza. No se
sabe con exactitud qué porcentaje de la población española vivía en la miseria,
pero diversos medievalistas coinciden en que este porcentaje fue alto. Como
referencia cercana tenemos el fogaje de Sos de 1495, en el que sobre un total
de 124 fuegos figuran 24 hogares calificados como pobres, es decir, una
proporción del 20% de la comunidad.
Aunque
desde las instituciones se intentó mitigar la pobreza a través de diversas
ayudas y actuaciones, el hecho fue que nunca se consiguió atajar y sólo
consiguieron estigmatizar, aún más, esta deficiencia social. El pobre, si quería
vivir medianamente bien, sólo tenía dos alternativas: retirarse a un monasterio
o enrolarse en las tropas del ejército. Pero hubo otros que, lejos de inclinarse por
una de estas dos elecciones, optó por una tercera. Y es en este contexto, y en
este empobrecido estatus social, donde surge en España la picaresca; y con ella
toda una nueva clase social formada por un ejército de vagos y constituida por rufianes, fulleros, tahúres,
ladrones, prostitutas, delincuentes y maleantes, cambiando y disfrazando la
mendicidad por una actividad lucrativa que acarreó muchos problemas sociales de
todo tipo durante muchos años.
El
pícaro no era violento; hurtaba, robaba sin fuerza, defraudaba, engañaba, vivía
a costa de los demás… pero si había un terreno en el que se sentía
verdaderamente a gusto era en el juego. Hábil, astuto y de fácil verborrea, no dudaba
en entrar en las tablajerías, tahurerías o tafurerías (casas de juego) y tabernas, sólo o acompañado de sus
compinches, dispuesto a vaciarle los bolsillos a los más ricachones, imprudentes o despistados.
Los
juegos de azar fueron el gran vicio de la Edad Media. Primero fueron los juegos de dados y más tarde, hacia 1440, con la invención de la imprenta, se introduce en
España el más relevante y trascendental de los juegos de azar del momento: los
naipes, aunque ya se jugaba con anterioridad a esta fecha, si bien, el soporte
de las cartas estaba realizado de otro material (seda y ropas viejas, trituradas y prensadas). Sabemos que hacia el siglo XIII, en la Corona
de Aragón, se jugaba a la gresca, juego
que daría lugar a la actual “brisca”, y que fue perseguido por
considerarse propio de fulleros y truhanes.
A los naipes jugaba toda la sociedad: pobres,
nobles, artesanos, clérigos, moros, judíos, e incluso los reyes. La variedad de juegos era
enorme: “ el cuco, matacán, quince,
treinta, cuarenta, veintiuna, treinta y una, la carterta, el reinado, la
baceta, el tres, el cacho, capadillo, flor, la primerilla, estocada, una
envidada, andaboba, pintillas, banca fallida, quinolas, parar, ganapierde,
siete y llevar, pichón, sacante, báciga, rentoy, cientos, repárolo, polla,
pintas, primera, triunfo, tenderete, cientos vueltos, maribulle, las rifas, …
Toda esta variedad de juegos nos da una idea de lo arraigado que estaba en la
época los juegos de naipes, constituyendo una actividad que tenia una
función social que ocupaba un lugar significativo en la expresión popular y
pública de la fiesta, existiendo una total tolerancia sobre el juego de naipes -y sobre todos los juegos en general- cuando
servían de entretenimiento para las personas; pero también existían
circunstancias que lo convertían en ilícito, como cuando entraban en escena el
ejército de personajes antes citados. Tahúres
y fulleros se juntaban en las
tablajerías y tabernas para hacer “su negocio”, porque ellos jugaban por vicio, no por
diversión o entretenimiento. Burlaban
constantemente la vigilancia y control del tablajero, y las blasfemias,
peleas, riñas y todo tipo de desórdenes eran constantes, llegando, a veces,
incluso al asesinato. A tahúres y fulleros hay que añadirles la presencia de
otros pícaros, delincuentes comunes y prostitutas, cada uno “a ver lo que pilla”, o compinchados con los tahúres,
y si le añadimos la cantidad de alcohol que se consumía, el cóctel explosivo
está servido. Robert
Muchembled decía que estas tabernas eran una escuela del crimen[1]. Por otra parte, el juego y las apuestas por parte de un apostante empedernido podía traerle nefastas consecuencias económicas tanto para él como a su familia, independientemente si había sido engañado o no.
Por todo ello es por lo que estas tablajerías o tafurerías gozaban de muy mala
reputación y desde 1283 estaban prohibidas por el Privilegio General de Aragón ("...las tafurerias que seyan desfeytas pora todos tiempos")[2], pero de hecho, esta norma ni se cumplía en los territorios de la Corona de Aragón ni en los demás reinos, por lo que la Corona o las instituciones locales tenían que controlarlo,
imponiendo multas, azotes o destierros a quienes infringieran los preceptos
legales establecidos. Pero no lo ilegalizaban del todo, porque el control de estos establecimientos representaba una fuente de ingresos considerable para las arcas de la Corona, provenientes del arrendamiento de los locales y de las cuantiosas multas que imponían.
En Sos del Rey Católico tenemos conocimiento de la existencia de una tablajería en 1453. En un documento del 27 de noviembre de dicho año los oficiales de Sos arriendan el tablaje de los juegos de la villa durante un año a Martín Morero[3]. En dicho documento se pone de manifiesto la mala reputación que gozaban estos locales y los problemas que en ellos podían producirse al establecer el Concejo de Sos, entre las diversas cláusulas del contrato, que Martín Moreno no consentirá que entre o juegue en el tablaje persona alguna sin que previamente haya dejado el puñal, o cualquier otra arma, en poder del tablajero. Igualmente se establece en el contrato que no consentirá fraude ni engaño alguno en el conteo de las monedas; ni fraude ni marcas en dados y naipes, jugándose exclusivamente con el material proporcionado por el tablajero; evitará el dinero falso… También se establece la cuantía máxima de las apuestas dependiendo de cada juego, el horario en el que puede estar abierto el tablaje y los días del año en los que deberá estar cerrado, generalmente coincidiendo con los días solemnes del calendario católico. En caso de no cumplir con lo pactado, el tablajero será sancionado con importantes multas.
En Sos del Rey Católico tenemos conocimiento de la existencia de una tablajería en 1453. En un documento del 27 de noviembre de dicho año los oficiales de Sos arriendan el tablaje de los juegos de la villa durante un año a Martín Morero[3]. En dicho documento se pone de manifiesto la mala reputación que gozaban estos locales y los problemas que en ellos podían producirse al establecer el Concejo de Sos, entre las diversas cláusulas del contrato, que Martín Moreno no consentirá que entre o juegue en el tablaje persona alguna sin que previamente haya dejado el puñal, o cualquier otra arma, en poder del tablajero. Igualmente se establece en el contrato que no consentirá fraude ni engaño alguno en el conteo de las monedas; ni fraude ni marcas en dados y naipes, jugándose exclusivamente con el material proporcionado por el tablajero; evitará el dinero falso… También se establece la cuantía máxima de las apuestas dependiendo de cada juego, el horario en el que puede estar abierto el tablaje y los días del año en los que deberá estar cerrado, generalmente coincidiendo con los días solemnes del calendario católico. En caso de no cumplir con lo pactado, el tablajero será sancionado con importantes multas.
Los jugadores de naipes poseían
un lenguaje propio muy diverso: el lugar de juego tenía varios nombres: tablaje o tablajería,
palomar, mandracho, coima o leonera; la baraja, la descuadernada, las maselucas
o los bueyes; al adicto al juego le llamaban tomajón, tablajero, coimero,
garitero, muñidor, portero, abrazador, encerrador, andarríos, cabestro, perro
ventor, tahúr de media playa, flor de virtudes, hombre a la mar, compañero de
polvo y lodo, jardín de flores, sajes, blanco, negro, vivandero, buscavidas,
pringón, voltario, momo, salador, cercenador, danzaire, paloma, tutor, menor,
hombre, mayordomo, coadjuntor, moledor, hombre dulce, caballo, sota colmero,
buzano, de pesquería…[4]
Entre los tahúres, nombre con el
que se conoce al tramposo de taberna, además de fullero, florero o coimero,
existía una jerarquía muy bien organizada con su propio lenguaje: "al jugador
habitual le llamaban pillador; ficante era el jugador profesional y experto en
hacer flores o trampas; el cierto era el más audaz en hacer trampas; rufian el
que se encargaba de hacer desaparecer cartas marcadas; enganchador el que
incitaba a alguien a jugar; y si entre ellos había un jugador profesional lo
llamaban entruchón, a quien solían sobornar para que callara. En una escala más
inferior estaban los maulladores, que “cazaban” todo aquello en distracción;
los modorros, que fingían dormir y se despertaban para jugar con los jugadores
más rezagados; los entretenidos o dormilleros, encargados de embaucar a los más
adinerados; los pedagogos o
consejeros; los apuntadores o guiñones encargados de delatar las cartas del
contrario a base de guiños; los prestadores, encargados de llevar las cuentas y
las ganancias o pérdidas; los buenos o blancos eran los jugadores
inocentes e inexpertos; el negro era el
jugador astuto y profesional, del que siempre estaba pendiente el cierto, con
sus respectivos naipes hechos, o sea, dispuestos para el engaño. Todo un
completo equipo de “profesionales” de la mentira, fraude y trampa de las que,
lógicamente, sacaban su parte de beneficio o barato, que era como se llamaba al
dinero; por eso, quien sacaba beneficio, bien por voluntad, bien por coacción e
incluso con violencia, se llamaba baratero"[5], de donde surge la expresión “cobrar
el barato” que ya vimos en otra entrada del blog.(ver)
[3] A.H.P.S. Juan Zareco. P. 400, ff.82-82v. Reg. de Abellá Samitier. Selección
de documentos de la villa aragonesa de Sos (1202-1533), doc. 57, p. 90-91.
[4] Podadera
Solórzano, E. “Los juegos de azar”. Rev. Arqueología e Historia, nº 20, pp.51-52.
[5] Ibidem. P. 52.
BIBLIOGRAFÍA
-ABELLA
SAMITIER, JUAN. Selección de
documentos de la villa aragonesa de Sos (1202-1533). I.F.C. Zaragoza, 2009.
-BLASCO MARTÍNEZ, ASUNCIÓN. "Los judíos de Aragón y los juegos de azar". Aragón en la Edad Media, nº 14-15, 1, pp. 91-118. Universidad de Zaragoza. Zaragoza, 1999.
-BLASCO MARTÍNEZ, ASUNCIÓN. "Los judíos de Aragón y los juegos de azar". Aragón en la Edad Media, nº 14-15, 1, pp. 91-118. Universidad de Zaragoza. Zaragoza, 1999.
-MUCHEMBLED, ROBERT. Una historia de violencia. Del final de la Edad Media a la actualidad. Paidós Contextos. Madrid, 2010.
-PODADERA
SOLÓRZANO, ENCARNACIÓN. “Los juegos de azar”. Rev. Arqueología &
Historia nº 20 (Pícaros en el Siglo de Oro) Agosto/Septiembre 2018,
pp.50-54.
-SARASA SÁNCHEZ, ESTEBAN. El Privilegio General de Aragón. La defensa de las libertades aragonesas en la Edad Media. Cortes de Aragón. Zaragoza, 1984.
-SERRANO
MONTALVO, ANTONIO. La población
de Aragón según el fogaje de 1495. V.II. I.F.C. Zaragoza, 1977-SARASA SÁNCHEZ, ESTEBAN. El Privilegio General de Aragón. La defensa de las libertades aragonesas en la Edad Media. Cortes de Aragón. Zaragoza, 1984.
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