Hasta
hace no mucho tiempo Sos contaba con bastantes avellanos. Todavía recuerdo la
típica escena de tres o cuatro vecinas reunidas en la bajera de una casa, o
junto al banquil de la vivienda, con una cesta llena de avellanas y con unas
piedras, a modo de martillo, “cascando” las cáscaras de tan nutriente fruto,
mientras entre ellas iban debatiendo y falseando deliberadamente los últimos
acontecimientos acaecidos en la villa del hijo del herrero o de la hija del
panadero.
Ahora son ya muy pocos los avellanos que sobreviven, pero todavía hay vecinos en Sos que recogen avellanas, que al fin y al cabo es la razón de la existencia de este arbusto caducifolio.
Sin embargo, Dámaso Alonso,
poeta de la Generación del 27, ve en una frágil rama de avellano una analogía
con la frágil vida humana.
Destrucción inminente.
(a una
ramita de avellano)
¿Te
quebraré, varita de avellano,
te quebraré quizás? ¡Oh tierna vida,
ciega pasión en verde hervor nacida,
tú, frágil ser que oprimo con mi mano!
te quebraré quizás? ¡Oh tierna vida,
ciega pasión en verde hervor nacida,
tú, frágil ser que oprimo con mi mano!
Un
chispazo fugaz, sólo un liviano
crujir en dulce pulpa estremecida,
y aprenderás, oh rama desvalida,
cuánto pudo la muerte en un verano.
crujir en dulce pulpa estremecida,
y aprenderás, oh rama desvalida,
cuánto pudo la muerte en un verano.
Mas,
no; te dejaré… Juega en el viento,
hasta que pierdas, al otoño agudo,
tu verde frenesí, hoja tras hoja.
hasta que pierdas, al otoño agudo,
tu verde frenesí, hoja tras hoja.
Dame
otoño también, Señor, que siento
no sé qué hondo crujir, qué espanto mudo.
Detén, oh Dios, tu llamarada roja.
no sé qué hondo crujir, qué espanto mudo.
Detén, oh Dios, tu llamarada roja.
Dámaso,
mientras pasea por el campo, ve una tierna rama de avellano que acaba de brotar,
y el ser humano, habituado a destruir para satisfacer el instinto de conservación
de la especie, por una reacción casi refleja desprende las ramas pequeñas que
se encuentra a su paso; pero si se detiene a meditar, dudará, de ahí la
interrogación de los dos primeros versos. Y se pregunta y toma conciencia de
que con un pequeño gesto, un fugaz chispazo, puede acabar con la vida de una
incipiente ramita, una nueva vida. Pero el poeta decide dejar que la naturaleza
siga su curso y que sea el otoño, la razón natural, quien se ocupe de ello. Todo
esto le da que pensar y él mismo se siente una ramita en manos de Dios, a quien
suplica que le deje vivir y envejecer hasta que le llegue su otoño, pues no
desea una muerte prematura, ya que Dios, al igual que nosotros con la ramita, nos
puede quitar la vida de un fugaz chispazo.
BIBLIOGRAFÍA
-ALVARADO
DE RICORD, ELSIE. La obra poética de Dámaso Alonso. Ed.
Gredos. Madrid, 1968.
-VV.AA. Lengua
castellana y literatura. Libro de texto 1ª ESO. Editex. Madrid
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