domingo, 22 de julio de 2018

EL SEXO EN LA EDAD MEDIA


Aristóteles dijo, y es cosa verdadera,
que el hombre por dos cosas trabaja: la primera,
por el sustentamiento, y la segunda era
por conseguir unión con hembra placentera.

                                                                                                 (Juan Ruiz, Arcipreste de Hita)
               


         La sexualidad en la Edad Media, como en casi todos los aspectos relacionados con la vida cotidiana, estaba controlada y dirigida por la Iglesia, al menos en teoría, porque en realidad luego cada cual daba rienda suelta a su imaginación o se dejaba llevar por sus instintos de placer, pese a las amenazas de la Iglesia que en algunos casos llegó incluso a castigar con la muerte a todo aquel que se alejara de las normas y directrices dictadas.
                El acto sexual en sí mismo estaba considerado como algo execrable, por lo tanto, prohibido. Únicamente la sexualidad era lícita si se practicaba dentro del matrimonio y sólo con fines reproductivos. Solamente en este caso estaban justificadas las relaciones sexuales, puntualizando que no debería haber placer en el coito, pues el placer viciaba desde el principio el propósito reproductivo. Ya en el siglo XIII Tomás de Aquino decía que “el hombre que manifestaba deseo por su esposa la estaba tratando como a una prostituta”.
               
El tamaño del pene podía ser motivo de nulidad del matrimonio
               Como el matrimonio era concebido con el único fin de procrear, si el marido resultaba ser impotente era motivo suficiente para disolver la unión, al igual que si la mujer era “tan cerrada que no había manera de consumar el acto carnal”. Otra causa de anulación del matrimonio era el tamaño del pene, pues el “superdotado” podía poner en peligro la vida de la esposa.
                 Pero no podías concebir a tu vástago cuando quisieras, la Iglesia también imponía los días en los que se podía tener sexo o no. Por ejemplo, estaba prohibido mantener relaciones de jueves a domingo, o sea, que entonces, de lo de “sábado, sabadete…”, ni pensarlo. Igualmente tampoco se podían mantener relaciones durante el día; sólo eran lícitas por la noche. También estaban prohibidas durante la Cuaresma, los 40 días previos a la Navidad, los 40 días previos y los ocho posteriores a la fiesta de Pentecostés , las fiestas religiosas, la octava de Pasión, los días de ayuno, cinco días antes de recibir la comunión y uno después, y los días en que se celebrara a un santo; o sea, que si tenías un calentón a las 10 de la mañana te tenías que aguantar, si lo tenías por la noche pero era viernes o resultaba que era Diciembre o los días previos a Pentecostés,o llevabas intención de comulgar, o…. también; todo un calendario de días y horas prohibidas que había que tener en cuenta para no pecar (unos 240 días del año. Más las noches de los 125 restantes). Y por si esto fuera poco, si por una de las casualidades el calentón surgía dentro de los días y horas permitidos pero la esposa no se encuentra en el hogar porque se ha ido a casa de sus padres para hacerles una visita, tampoco  dejaban autocomplacerte, pues la masturbación masculina estaba severamente reprimida, y esto es debido a que la Iglesia tenía verdadera obsesión con el desperdicio del semen, mientras que, paradójicamente, la femenina no suscitaba tanto interés en las autoridades eclesiásticas, aunque también era castigada por descuidar sus obligaciones de esposa para con la procreación. Para la mentalidad eclesiástica de la época el único destino del semen era la vagina de la mujer con el único fin de procrear, y toda práctica sexual fuera de esta finalidad era una perversión fuertemente reprochable y pecaminosa, porque el desperdicio del semen iba contra el fin de la procreación, por lo que también estaban prohibidas las relaciones anales, la fornicación interfemoral, la homosexualidad masculina, la fornicación con animales ,el sexo oral….y todo acto en el que el fluído masculino no tuviera el único destino permitido, la vagina de la mujer. La homosexualidad femenina se toleró más porque su práctica no entrañaba derramamiento de semen.
               
La única postura aceptada era la del "misionero"
             En cuanto a las posturas de la pareja a la hora de tener relaciones sexuales para la procreación, sólo estaba permitida la postura del “misionero”, todas las demás estaban prohibidas con distintos grados de desaprobación y pecaminosidad, siendo consideradas como antinaturales que podían, además, producir deformidades o malformaciones en los descendientes.
              Para evitar el deseo carnal, considerado por la Iglesia como una enfermedad, a los hombres se les recomendaba que se practicaran sangrías en las venas superficiales de los muslos, y a las mujeres lavativas de incienso en la vagina.
               Las penitencias que solía imponer el Clero ante la transgresión de las normas de la Iglesia en materia de relaciones sexuales  se recogen en los “penitenciales” de la Alta Edad Media. Una especie de manual en el que orientaban al clero sobre las penitencias que debían imponer a los pecadores según el grado de “pecado” cometido, y que variaban desde “arrepentirse hasta el final de sus días” por eyacular en la boca a “ayunar durante quince años” (una serie de días concretos al año) quien fornicara con un animal o a siete años de penitencia por practicar la homosexualidad masculina o a tres la femenina. Los penitenciales se prohibieron en el Consejo de París del año 829 debido a la disparidad de los castigos que se imponían, pero se siguieron utilizando hasta el siglo XII.
                Hasta el siglo XIII se trató la sodomía como un pecado más, al que se le aplicaba la penitencia oportuna, pero a partir de 1250 se empezó a identificar la sodomía con la herejía y a castigarse con la horca, la hoguera o la castración.
                El adulterio de una mujer se castigaba con extrema severidad, ya que mancillaba el honor del marido, castigando a la adúltera a la confiscación de la dote, humillaciones en público de diferentes maneras, torturas,  expulsión del hogar e incluso la muerte, castigo en el que, con frecuencia, era acompañada por su amante.
              También era castigado el aborto y el infanticidio. Se condenaba a muerte tanto a quien preparara hierbas abortivas como al que incitara a tomarlas; igualmente se castigaba con la muerte al infanticida pero, siendo benevolentes, sólo se castigaba, a veces, con la ceguera.
               
La prostitución era considerada como "un mal necesario"
Como paradoja a todo lo visto, la prostitución, aunque era una actividad indeseable, se consideraba como necesaria porque servía para mantener la paz social, por lo tanto se permitía este “mal necesario”, aunque con algunas condiciones, como ubicar los burdeles extramuros de la ciudad, prohibir la práctica de este antiguo oficio en determinadas fechas del calendario o identificar a las prostitutas con señaladas prendas de vestir. San Agustín dijo: “si se expulsa la prostitución de la sociedad, se trastorna todo a causa de las pasiones”
 Las prostitutas contribuían a que los jóvenes perdieran la virginidad a temprana edad, a saciar los deseos de la población masculina, protegiendo así  a sus esposas y al resto de mujeres de posibles violaciones, a las que respetaban. Si un hombre quería realizar determinadas prácticas prohibidas, se aceptaba que las buscara fuera de casa en lugar de proponérselas a su esposa. Además la prostitución era una importante y constante fuente de ingresos  económicos para las ciudades.
              
             En la Edad Media una cosa eran las normas y otra muy distinta el cumplimiento de las mismas, ya que fueron los propios clérigos quienes fueron los primeros en saltarse sus propios mandatos (ver); y si el mismo clero se saltaba a la torera las normas de la Iglesia…¿qué no iba a hacer la plebe? Andrea Capellanus nos lo cuenta en su tratado “sobre el amor”, de 1184, más conocido como “El arte del amor cortés”: ……"la plebe no practica la caballería del amor, sino que, como el caballo y el asno, tienden naturalmente al acto carnal"
             No obstante, y a pesar de todo, en la concepción medieval teocrática del ser humano, la castidad era el grado superior al que podían aspirar tanto los hombres como las mujeres, existiendo una gran presión para que todos ellos ingresaran en monasterios y conventos, y en cuanto a los matrimonios y los actos sexuales practicados en el mismo, si se cumplía con las normas establecidas, era admitido pero, en cuanto a virtud, nada era comparable con una vida consagrada a la abstinencia, que proporcionaba directamente la salvación de las almas.







BIBLIOGRAFÍA



-BRUNORI, RODRIGO. “El sexo en la Edad Media. El inútil deseo de suprimir el deseo humano.” Revista Muy Historia, nº 98, pp. 42-51.
-ESLAVA GALÁN, JUAN. Historia secreta del sexo en España. Temas de hoy. Madrid, 1996.
-MARTOS RUBIO, ANA. Historia medieval del sexo y el erotismo. Nowtilus. Madrid, 2008.

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