Desde la Edad Media, la pequeña
densidad poblacional de los pueblos y el rigor con el que la Iglesia establecía
los cánones relativos a la consanguinidad hizo que mucha gente que quisiera
casarse buscara a su futuro cónyuge fuera de los límites de su propio pueblo. Y
así ha continuado en la España rural hasta la segunda mitad del pasado siglo.
Sos del Rey Católico, como
muchos otros pueblos de España, hasta la segunda mitad del siglo XX era un
lugar prácticamente autárquico, que en raras ocasiones tenía contacto con
poblaciones lejanas y con muchas dificultades para la aproximación con lugares
cercanos debido, entre otros factores, a las deficientes y pésimas
comunicaciones entre pueblos y la falta de un medio de locomoción rápido y
eficaz. Y es por esto que casi todas las relaciones sociales se proyectaban en
el mismo pueblo dando lugar a matrimonios interfamiliares que podían llegar
incluso a la endogamia. Los vecinos se daban cuenta de esta involución que ya
la Iglesia intentaba suprimir con prohibiciones relativas al casamiento entre
familiares, por lo cual los mozos casaderos se veían obligados a viajar a
localidades cercanas en busca de una novia para contraer matrimonio, tener
hijos y continuar de esta forma la estirpe de la familia.
Las romerías, peregrinaciones, ferias, fiestas patronales u otros eventos
eran singulares y puntuales acontecimientos que no había que desperdiciar para
encontrar la otra “media naranja”. Y del
mismo modo que había sosienses que se desplazaban a otros municipios cercanos
en busca de pareja también los había de otros lugares que venían a Sos con las
mismas intenciones. Así surge la figura de un nuevo personaje en el ámbito
local que determinará ciertas costumbres sociales practicadas hasta no hace
mucho tiempo: se trata del “novio
forastero”.
El novio forastero no era muy bien visto entre los mozos del pueblo de la
novia. Se le consideraba como un ladrón que venía al municipio a llevarse una
de las pocas mozas casaderas que había en el lugar, mermando en un gran
porcentaje las posibilidades de acercamiento del autóctono hacia las damas
núbiles a las que, en un ejercicio de total machismo, consideraban como de su
propiedad; es por esto por lo que el
“intruso” o “advenedizo” debía pagar un tributo por llevarse a una mujer del
vecindario y de este modo entrar a formar parte de la comunidad, estableciendo
como obligación “pagar la manta”.
La “manta” era la comida, cena, o cualquier otro pago en dinero o en
especie que debía dar el forastero a los mozos solteros del municipio de la
novia antes de celebrarse los desposorios, en un acto que tiene cierta
similitud con lo que actualmente sería una despedida de solteros, pero que sólo
se daba si un forastero llegaba al pueblo a casarse con una chica, nunca en el
caso contrario, si era el vecino quien se desposaba con una moza de otro lugar.
En ese caso ya se encargarán los vecinos del pueblo de la novia de cobrarle la manta.
Si el pago de la manta se realizaba con dinero en efectivo éste se dilapidaba en comida y bebida para la juerga.
Si el pago de la manta se realizaba con dinero en efectivo éste se dilapidaba en comida y bebida para la juerga.
Como es lógico, había novios que iban mal de dinero y no podían
permitirse este pequeño canon y otros se negaban directamente a pagar la manta,
lo que no era muy aconsejable, pues la reacción de los mozos del pueblo podía
hacer la vida imposible al incauto.
En la mayoría de los casos cobrar la manta suponía una fiesta gratuita
para los solteros del pueblo, que aceptaban e integraban al foráneo en su
comunidad, celebrándolo en un ambiente
alegre y divertido donde la comida y la bebida corría a cuenta del
intruso, pero ha habido lugares en
Aragón donde la llegada de un forastero en busca de novia “era considerada como
una ofensa para los del pueblo y una intromisión”[1],llegando
a usar la violencia contra el pretendiente que, en algunas ocasiones, ha
terminado incluso con su propia vida.
Actualmente y afortunadamente ya no se llega a tales extremos. La tradición de "pagar la manta" es una costumbre prácticamente ya en desuso en muchos pueblos. No obstante, hoy en día, aunque cada vez menos, si un joven forastero
se acerca a un pueblo de no muchos habitantes, donde todos se conocen, con
intenciones de “ligar” con una muchacha del lugar, es muy probable que en un
primer momento no sea muy bien recibido por los mozos solteros del municipio,
que lo mirarán con recelo y lo considerarán como un intruso, un enemigo que
llega para llevarse algo que consideran suyo. Habrá que ser muy hábil para
sortear este primer obstáculo. ¡Haced la prueba! O no, no vaya a ser que
salgáis mal parados.
[1] José Lisón Huguet. Algunos
aspectos del estudio etnográfico de una comunidad rural del Pirineo aragonés
oriental, p. 136. Ed. Institución Fernando el Católico. Zaragoza, 1984.
Citado en Maine Burguete, Enrique. “Relaciones hombre-mujer. Estudio
etnográfico de una pequeña localidad de las Cinco Villas (Fuencalderas)” p. 196. Temas de antropología aragonesa, nº 4,
pp.164-221.
BIBLIOGRAFÍA
-MAINE BURGUETE, ENRIQUE. “Relaciones
hombre-mujer. Estudio etnográfico de una pequeña localidad de las Cinco Villas
(Fuencalderas)” en Temas de antropología
aragonesa, nº 4, pp-164-221. Instituto Aragonés de Antropología. Zaragoza,
1993.
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