En el Románico, la construcción de las iglesias estaba
a cargo del llamado Magíster Muri. Se le solía representar con una virga
(bastón de mando) en la mano. El maestro tenía conocimientos específicos para
concluir la obra; también se encargaba de la organización del trabajo, del
traslado de los materiales, de la invención de nuevas máquinas, de nuevos
sistemas de construcción, etc.…
De este maestro dependían los capataces y de éstos los obreros, que eran los que se enfrentaban a los problemas prácticos que iban
surgiendo según se desarrollaban las obras. El maestro también solía agrupar a escultores,
tallistas, marmolistas, cortadores de piedra, carpinteros, pintores, etc. Estos
grupos eran conocidos con el nombre de “Corporaciones”, y las grandes obras a
veces requerían a más de uno de estos grupos, ya fueran nacionales o
extranjeros. Los Magíster Muri y los canteros poseían conocimientos y estudios
prácticos de matemáticas, geometría y arquitectura.
El mito y leyenda de los maestros constructores se
remonta a la época del rey Salomón, pero el seguimiento histórico resulta
difícil y confuso. El hilo conductor de la existencia de estos gremios
artesanales se retoma en el siglo XI y XII, en pleno auge del renacimiento
medieval. Las fraternidades constructoras, la realeza y la Iglesia emprenden
programas arquitectónicos, pero pronto surgen desavenencias entre las
autoridades y los gremios constructores, por lo que estos gremios buscarán un
acercamiento a las órdenes religioso-militares y será la Orden del Temple quien
dará cobijo a estos artesanos, a los que protegerá de los abusos de la nobleza
y de la Iglesia. Tras la disolución de los templarios en el siglo XIV, estos
constructores pasaron a la clandestinidad y algunos de ellos se integraron en
la francmasonería, origen de la masonería moderna.
A principios del siglo XII, los canteros y albañiles
no habían dejado de ser obreros, pero habían conquistado libertades y empezaron
a organizarse. Consiguieron el derecho a tener su logia, lugar en donde
trabajar y poder celebrar sus asambleas privadas. Pronto formaron una auténtica
hermandad y con ella se organizaron, consiguiendo a mediados del siglo XII que
la logia de los constructores se convirtiera en escuela con biblioteca y
archivo para guardar sus planos, hasta aquel momento inexistente.
Cuando un cantero itinerante les visitaba, describía
los edificios en los que había trabajado, así como aquellos que había observado
en su camino, les enseñaba bocetos y dibujos y les contaba sus técnicas
constructivas. Las logias se ocupaban de hacer copias y distribuirlas entre
ellas. Cuando llegaba un cantero viajero a una logia daba tres golpes en la
puerta y gritaba: “¿Trabajan aquí constructores?”. Los que estaban dentro se
quitaban el mandil, se ponían el jubón, y se aprestaban a recibir al huésped.
Con el fin de reconocerse entre ellos y evitar que nadie pudiera hacerse con
sus conocimientos crearon complicados ritos y convirtieron su oficio en
secreto.
Lo importante era la obra a realizar para la
posteridad y no la fama o el protagonismo. Por esta razón se desconocen en la
mayoría de los casos quiénes fueron los autores de las obras.
Pero no sólo los canteros se reunían en fraternidades
o asociaciones, ya que el gremio en la Edad Media ocupa un lugar predominante
en la estructura social y en la vida de las villas y ciudades. Así, por
distinción del oficio, nacen las agrupaciones gremiales bajo la advocación de un
santo patrono y cada una tenía sus propios símbolos y marcas. Los gremios eran
agrupaciones de artesanos de una localidad dedicados a un mismo oficio. Cada
gremio tenía sus propias ordenanzas y una estructura interna muy rígida en la
que normalmente se contemplaban tres niveles de trabajo: aprendiz, oficial y
maestro.
Para ingresar en los gremios medievales eran
necesarios determinados requisitos y largos períodos de formación, tanto
profesional como intelectual. Se ingresaba con el grado de aprendiz, que podía durar
varios años, en el taller de un maestro que además lo sustentaba.Tras unas pruebas podía ascender
al grado de oficial, pudiendo vivir aparte y trabajando para su
maestro con salario o bien para otro taller del gremio, y tras varios
años de oficio, duro trabajo, perfeccionamiento y después de demostrar sus
cualidades, presentar un trabajo original y aptitudes ante las más altas jerarquías
de la logia, se recibía, por fin, el título de maestro y se era considerado a partir de entonces como un
“compañero”.
Casa-taller de un maestro tonelero |
Ser compañero era toda
una filosofía y un comportamiento de vida. El gremio mantenía un control muy
estricto sobre el trabajo de sus miembros, con lo que se aseguraban la
pervivencia del mismo y de sus estructuras. Solo el maestro tenía el derecho de
fabricar un producto y venderlo por su cuenta; sólo ellos podían participar en
las asambleas y sólo ellos tenían su casa y su familia. Los oficiales no podían negociar sus
salarios y tenían que aceptar como pago lo ofrecido por el maestro; podían
vivir en una casa de huéspedes o en casa de un maestro que tuviera una hija,
aunque fuera fea, pues casándose con ella las posibilidades de ascender a
maestro aumentaban considerablemente.
Los maestros se organizaban para que sólo ellos
pudieran fabricar y vender los productos de su especialidad, porque la norma
les impedía fabricar artículos de otros oficios. Esta forma de trabajar estaba
fijada por un estricto reglamento que les indicaba los materiales que podían
emplear y los procedimientos que debían seguir para realizar su trabajo. Se
prohibía la competencia y quien vendiera una mercancía que no llevara su sello
podía ser multado, recluído en la cárcel y sufrir la confiscación de sus
mercancías.
Banderas con los emblemas de los gremios medievales. Alemania. |
BIBLIOGRAFÍA
-DORLING KINDERSLEY. Signos y
símbolos. Círculo de lectores, 2008.
-Historia de las civilizaciones, T. 3. Los orígenes de la Edad Media. Larousse, 1996.
En la web:
-www.litosonline.com.
Marcas de cantero y signos lapidarios
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