domingo, 25 de enero de 2015

ALFONSO I "EL BATALLADOR"


Alfonso I, tras la prematura muerte de su hermano Pedro, hubo de asumir, junto a las tareas de dirección de la guerra, las labores de gobierno, administración y diplomacia propias del soberano. Durante treinta años, desde 1104 hasta 1134, reinó en Pamplona y Aragón, centrando su interés en la ampliación del territorio bajo el espíritu de cruzada y en la organización del mismo mediante repoblaciones sistemáticas, favorecidas por la concesión de ventajosos fueros, con lo que consiguió atraer nuevos pobladores a Sos, considerados como hombres libres, y así el rey Alfonso tenía el control absoluto de una villa que era estratégicamente muy importante por ser frontera entre musulmanes y cristianos primero y entre aragoneses y navarros después.
Alfonso I "El Batallador", por Francisco Pradilla. 1879.

Su política expansiva siguió las líneas que ya había marcado su hermano Pedro I. Retomó las campañas militares en el mismo punto donde Pedro las había dejado, por lo que la toma de Zaragoza fue su primer objetivo.
Participó y ganó numerosas batallas, por lo que se le conoce como” El Batallador”, así lo registra la “crónica de San Juan de la Peña” en la que se anotó que le llamaban “Batallador “porque en España no hubo tan buen caballero, que en veintinueve batallas venció”.
En varias ocasiones estuvo el monarca de Sos, una de ellas en febrero del año 1124, desde donde firmó el fuero de Cabanillas. En otra de sus estancias en la villa concedió fueros a los que acudiesen a poblar el lugar de Encisa, en las actuales Bardenas Reales.
También en 1129 Alfonso I estuvo ocho días en la villa curándose de una afección ocular, siendo tratado, al parecer, por un médico cristiano llamado Pere Guillem y por otro judío llamado Simón. Aprovechando su estancia en Sos confirmó a los clérigos de la abadía de San Esteban un privilegio que les había sido concedido anteriormente por Sancho Ramírez, consistiendo en exenciones fiscales para sus casas, caseros y heredades. También aprovechó estos días para supervisar las mejoras que se estaban realizando en el castillo de Sos.
Tras numerosas batallas ganadas, el 17 de julio de 1134 asedió Fraga, pero allí, los musulmanes, tras recibir los refuerzos necesarios para resistir a las tropas aragonesas, hicieron frente al Batallador cosechando éste una terrible derrota. Muchos nobles murieron en la batalla. Una sola derrota y la mortandad sufrida por sus tropas precipitaron el final de Alfonso I, que dos meses después de la batalla de Fraga murió, y sus restos fueron sepultados en Montearagón.
 El colapso del ejército cristiano fue tal que los musulmanes pudieron iniciar una recuperación territorial. A principios de 1135 Aragón había perdido ya plazas como Mequinenza, Monzón y Pomar de Cinca.
Su escasa afición a las mujeres (según Ben-Afhir, ni siquiera tenía concubinas, por considerar que para un guerrero sólo era recomendable la compañía de hombres de armas) y el fracasado matrimonio con Urraca de Castilla dejaron a Alfonso I sin descendencia. Su único hermano estaba dedicado a la iglesia y no había participado en labores de gobierno ni en campañas bélicas. El rey descartó la continuidad dinástica y decidió hacer herederas del reino a tres órdenes militares: la del Temple, la del Hospital y la del Santo Sepulcro. Tan inusual decisión es comprensible sólo desde dentro del espíritu de cruzada: a falta de heredero adecuado, Aragón y Pamplona se transformarían en el reino de los cruzados. Sin embargo ni aragoneses ni pamploneses estaban dispuestos a admitir que caballeros extranjeros se hicieran con el poder.

Testamento del monarca aragonés Alfonso I el Batallador dictado durante el asedio de Bayona (octubre de 1131)

En nombre del bien más grande e incomparable, que es Dios. Yo Alfonso, rey de Aragón y de Pamplona (...), pensando en mi muerte y reflexionando que la naturaleza hace mortales a todos los hombres, me propuse, mientras tuviera vida y salud, distribuir el reino que Dios me concedió y mis posesiones y rentas de la manera más conveniente para después de mi existencia. Por consiguiente, temiendo el juicio divino, para la salvación de mi alma y también la de mi padre y mi madre y la de todos mis familiares, hago este testamento a Dios, a Nuestro Señor Jesucristo y a todos sus santos. Y con buen ánimo y espontánea voluntad ofrezco a Dios, a la Virgen Maria de Pamplona y a San Salvador de Leire, el castillo de Estella, con toda la villa y con todas aquellas cosas que pertenecen a la jurisdicción real, de manera que una mitad sea de Santa María y la otra de San Salvador. De igual modo, dono a Santa Maria de Nájera y a San Millán, el castillo de Nájera con todas las cosas u honores que pertenecen a este castillo, también el castillo de Tribia con todo su honor; y todo esto, media parte sea de Santa María y la otra media de San Millán. Ofrezco, también, a San Salvador de Oña el castillo de Belorado con todo su honor. Asimismo dono a San Salvador de Oviedo, San Esteban de Gormaz y Almazán con todas sus pertenencias.
Dono también a San Jaime de Galicia, Calahorra, Cervera y Turtulón con todas sus pertenencias. También a Santo Domingo de Silos dono el castillo de Sangüesa, con la villa, los dos burgos, el nuevo y el viejo, y su mercado. Dono también a San Juan de la Peña y a San Pedro de Siresa toda aquella dote que fue de mi madre, es decir, Biel, Bailo,Astorit, Ardenes y Sosa, y todos aquellos bienes que se pudieran descubrir que fueron bienes dotales de mi madre; y de estas cosas, media parte sea de San Pedro de Siresa y la otra media parte sea de San Juan de la Peña, con todas sus pertenencias.
Y así también, para después de mi muerte, dejo como heredero y sucesor mío al Sepulcro del Señor, que está en Jerusalén, y a aquellos que lo vigilan y custodian y allí mismo sirven a Dios, al Hospital de los Pobres, que está en Jerusalén, y al Templo del Señor con los caballeros que allí vigilan para defender el nombre de la cristiandad. A estos tres concedo todo mi reino, o sea el dominicatus que poseo sobre toda la tierra de mi reino, así como el  principatus y el derecho que tengo sobre todos los hombres de mi tierra, tanto los religiosos como los laicos, obispos, abades, canónigos, monjes, optimates, caballeros, burgueses, rústicos y mercaderes, hombres y mujeres, pequeños y grandes, ricos y pobres, judíos y sarracenos, bajo las mismas leyes y tradiciones, que mi padre, mi hermano y yo hasta hoy lo tuvimos y hemos de tener (...)
De este modo todo mi reino, tal como consta más arriba, y toda mi tierra, cuanto yo tengo y cuanto me fue legado por mis antecesores, y cuanto yo adquirí o en el futuro, con la ayuda de Dios, adquiriré (...) todo lo atribuyo y lo concedo al Sepulcro de Cristo, al Hospital de los Pobres y al Templo del Señor para que ellos lo tengan y posean en tres justas e iguales partes (...) Todo esto lo hago para la salvación del alma de mi padre y de mi madre y la remisión de todos mis pecados y para merecer un lugar en la vida eterna.
Esta escritura ha sido hecha en la era 1169 (año 1131) en el mes de octubre durante el asedio de Bayona[1].(Continuación)




[1] Liber Feudorum Mayor (ed. Francisco Miquel Rosell, Barcelona, CSIC, 1945-1947)


BIBLIOGRAFIA

-Cabezudo Astrain, José, y Antonio Guillén de Jasso. Noticias históricas de Sos. C.H.J.Z., nº 3. Zaragoza, 1952.
-Corral Lafuente, José Luis. Historia contada de Aragón. Librería General. Zaragoza, 2000.
-Iradiel, Paulino; Moreta, Salustiano; Sarasa, Esteban. Historia medieval de la España cristiana. Cátedra S.A., 1989.
-Lacarra, José Mª. Alfonso I el Batallador. Ed. Guara. Zaragoza, 1978
-Coleccionable "Historia de Aragón". Heraldo de Aragón. Zaragoza, 1991.
-Coleccionable "Reyes y Reinas de Aragón". Heraldo de Aragón. Zaragoza.

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