domingo, 11 de febrero de 2018

LEYENDA DEL CRISTO DEL PERDÓN

Hace cientos de años, en una noche cerrada y oscura, encontróse don Pedro, un apuesto galán de la villa de Sos, galanteando a su amada joven a través de la ventana de su casa. Después de despedirse de ella, dirigióse hacia su morada por las estrechas calles de la villa y, como si de un fantasma se tratase, salió una persona de un estrecho callejón, arropada con telas negras y envuelta su cara en ellas para que nadie le reconociese y, sacando su cuchillo, abalanzóse sobre don Pedro hundiendo éste en su pecho. Don Pedro, sin apenas poder defenderse de su atacante, cayó en el húmedo suelo de la villa exhalando su último suspiro mientras el desconocido personaje emprendía la huída amparado por la oscuridad de la noche.
Los días siguientes la justicia haría toda clase de averiguaciones para descubrir al asesino de tan infame y mezquino crimen y poder así ajusticiar al causante de semejante fechoría, pero no lo encontró.
Pasado un tiempo de este misterioso crimen, don Ferrán, un joven de Sos, requirió de amores a la joven que pretendiera el difunto don Pedro, pero ésta lo rechazó. Don Ferrán empezó a sufrir horrorosas pesadillas nocturnas que no le dejaban dormir, el remordimiento se adueñó de su alma y estaba sumido en un mundo de visiones donde la sangre y el rostro de Don Pedro no dejaban de aparecérsele en su recuerdo, sufriendo una constante y terrible angustia y desesperación. Había conseguido librarse de la justicia humana, pero no de la divina. En su desesperada lucha por encontrar alivio a sus sufrimientos buscó refugio y consuelo en las buenas obras y en la oración, visitando frecuentemente la Iglesia y recibiendo con fervor la Sagrada Comunión. Varias veces reveló a su confesor su fechoría declarándole el deseo de entregarse a la justicia, pedir perdón a la madre de don Pedro y cumplir así con el castigo terrenal que le correspondiera para verse así curado de la tortura espiritual que estaba padeciendo, a lo que el sacerdote se lo prohibió diciéndole que sería Dios quien terminaría con sus sufrimientos.
Cristo del Perdón (Foto de Archivo)
Solía don Ferrán orar frente al Cristo crucificado de la iglesia de San Esteban y allí en silencio, derramaba lágrimas de arrepentimiento, lágrimas que iban haciendo desaparecer las imágenes de la sangre y rostro de don Pedro que tanto le atormentaban. 
Poco a poco fue cogiendo fama de hombre caritativo y piadoso. Un día que se encontraba orando frente al Cristo, entró en la iglesia la madre de don Pedro, quien con lágrimas en los ojos le suplicó a don Ferrán: “incluye a mi hijo Pedro en tus oraciones y reza para que su alma descanse en paz, y pide también por mí para que pueda encontrar el consuelo y perdón para el asesino de mi hijo
Tal conmoción causó en don Ferrán estas súplicas que, inundado en lágrimas, cayó abatido al suelo confesando su crimen y suplicando el perdón de la angustiada madre antes de entregarse a la justicia. La madre, igualmente cayó al suelo mirando con horror al asesino de su hijo. En su alma luchaban el deseo de venganza con los sentimientos del perdón, levantó la cabeza hacia el Cristo buscando una respuesta y vio cómo éste adquiría vida, levando su cabeza, que hasta entonces tenía inclinada sobre su hombro, y abriendo sus párpados, adquiriendo sus ojos un brillo que la contemplaban esperando su decisión. Y mientras don Ferrán seguía suplicando su perdón, la madre se lo otorgó generosa.

Desde aquel momento la talla del Cristo muestra la cabeza erguida y expresando su mirada una solemne paz y sobrehumana bondad, llamándole desde entonces el Santo Cristo del Perdón.

3 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Pienzo lo mismo la historia me paresio muy bonita que la temine anotando para presentarla en la escuela :)

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  2. Me complace mucho que te haya gustado y que la divulgues en la escuela. Muchas gracias

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