Con la
expulsión de los franceses de España y firmada la paz, el 22 de marzo de 1814
Fernando VII entra en España cruzando el río Fluviá, y desde ese momento, los
movimientos a favor del absolutismo y de oposición a las reformas liberales de
las Cortes de Cádiz se van generalizando. En abril, el rey recibe el conocido
como “manifiesto de los persas”,
firmado por 69 diputados realistas y cuyo contenido apoya sin fisuras al régimen
absoluto y critica sistemáticamente la obra de la Constitución de 1812.
El manifiesto proclama, en definitiva, una vuelta al antiguo régimen aunque
evitando los excesos del despotismo absolutista. Fernando VII animado por el
“manifiesto”, por decreto del 4 de mayo, declara abolida la Constitución de 1812,
nulos todos los decretos de las Cortes de Cádiz, restablece el Antiguo Régimen
y se autoproclama rey absoluto, entrando el día 13 de mayo de 1814
triunfalmente en Madrid.
Los
liberales sufrieron una dura represión, muchos fueron detenidos o asesinados y
otros marcharon al exilio. Los que quedaron en España sólo contaban con los
militares jóvenes para organizar los numerosos pronunciamientos desde las
sociedades secretas; estos pronunciamientos fueron fracasando por falta de
apoyo popular y militar, hasta que el 1 de enero de 1820 Rafael de Riego logró
sublevar al ejército expedicionario que iba a embarcar para América y en
Cabezas de San Juan proclamó su pronunciamiento, lo que terminó con la jura de
Fernando VII de la
Constitución de Cádiz. Las Cortes reinstauraron el
liberalismo de ideas y del comercio, volvió la libertad de prensa, volvieron a
suprimir los mayorazgos y los señoríos, siguieron con la implantación de las
desamortizaciones y la supresión de la Inquisición e instauraron también la Milicia Nacional ,
un cuerpo de voluntarios armados en cada provincia para defender las reformas
constitucionales. España entró en el conocido trienio liberal (1820-1823)
Estos tres
años fueron de gran turbulencia política en Aragón, como en el resto de España,
siendo numerosos los botines urbanos y los conflictos de los liberales con las
partidas de combatientes realistas (partidarios del rey con poder absoluto, no
constitucional).Este brutal conflicto armado no llega a ser plenamente una
guerra civil, pero la violencia que genera anuncia ya la crueldad que se
desarrollará después en la guerra civil carlista.
Sos no fue
ajeno a estos conflictos.
El
periódico “El Universal” recoge un comunicado que el batallón de Milicia
nacional de la villa de Sos, con motivo de las últimas agitaciones políticas,
dirigió a la diputación permanente de Cortes, con la siguiente exposición, tan
notable por su enérgico laconismo:
“Zaragoza juró
la Constitución
en 5 de marzo: la villa de Sos en 8, á las tres horas de recibir la noticia,
Zaragoza por sostenerla proclamó el 19 de noviembre “Constitución o muerte”: la villa de Sos solo tiene que añadir que
si en las Termopilas murieron 300 espartanos por obedecer a las leyes, Sos
tiene dispuestos á morir 554 españoles de que consta su batallon de milicias
por conservar las leyes fundamentales del Estado.
Sos, 25 de
noviembre de 1820. Por los subtenientes, Francisco Marcellan. Por los tenientes
y ayudantes mayores, Miguel Leache. Por los capitanes, Marco Antonio Bonafonte.
El comandante Joaquín Domínguez”[1]
Las
partidas realistas comenzaron, ya en la primavera de 1821, la práctica de
fusilar sistemáticamente a los prisioneros. Esta práctica no era debida a una
particular crueldad de las partidas realistas, sino a su debilidad militar:
como nunca controlaron, salvo por pocos días, un pueblo o una comarca, los realistas
se veían obligados a huir de un lado para otro perseguidos por las tropas
liberales y, en estas circunstancias, los prisioneros eran “un peso muerto” que
frenaba su marcha, así que lo aniquilaban.[2]
Como toda
fuerza armada en guerra, los realistas necesitaban provisiones, pero como no
controlaban un territorio en el que pudieran imponer sus contribuciones, se veían
obligados a hacer exacciones violentas por los pueblos para conseguir, sobre su
marcha, comida, bebida, ropa y mantas para los soldados y pienso para los
animales. Lógicamente los propios jefes realistas eran conscientes de que este
tipo de acciones no era una buena propaganda para su causa, por lo que
comenzaron a solicitar un volúmen razonable de suministros a los pueblos y a
dar recibos por ellos, asegurando que los pagarían cuando triunfasen. La
formalidad de entregar recibos por los suministros -que no se iban a pagar
nunca- no mejoraba las cosas para los pueblos, más cuando estos soportaban
también las contribuciones legales del bando liberal, por lo que los
ayuntamientos trataron por todos los medios de resistirse a la exacciones de
las partidas realistas. Pero los jefes militares realistas no podían permitir
actitudes peligrosas de insumisión fiscal si no querían perder hasta la última
esperanza de ganar la guerra, por muy remota que ésta fuera; por ello, no
tendrán más remedio que introducir la práctica de secuestrar a los alcaldes
hasta que el pueblo entregase los suministros solicitados.[3]
La
creciente insurrección en Navarra pronto se dejó notar en la frontera con
Aragón. El 20 de junio se detectó la presencia de una partida en Undués de
Lerda, y el 18 de agosto de 1822 la partida de Salaverri entró en Sos, y
bloqueando todas las salidas detuvo inmediatamente a las autoridades municipales
acusándolas de la muerte de uno de sus hombres. “...Al anochecer del 18 (de agosto) entró de sorpresa en esta villa el infame Salaberri con 400 foragidos
de á pie y 120 caballos; ocupó todos los portales y salidas, y procedió a la
prisión del alcalde constitucional D. Manuel Lopez de Artieda, de los cuatro
regidores, y del síndico procurador D. Angel Barnecha, á quienes hacia cargo de
la muerte de un faccioso que pereció de un tiro de fuego á la entrada, sin que
el ayuntamiento tuviese noticia alguna. Hubo durante la noche continuos
atropellamientos, violencias, pillage, saqueo, desolación, gritería, desorden y
horror, y entre 6 y 7 de la mañana del 19 fueron sacrificados barbaramente al
furor de los vándalos el alcalde y el síndico sin culpa, sin cargo y sin
formalidad ninguna de proceder. Tambien iban á sufrir igual suerte los
regidores, el rector del colegio de las escuelas Pías, el cura parroco D.
Martín Barnecha y el teniente coronel D. Joaquín Espatoledo, quienes por fin
lograron a duras penas conservar la vida…”[4]
La
actuación de Salaverri fue muy criticada en la prensa zaragozana y su desmesura
sirvió para alimentar el descrédito de la contrarrevolución. El Diario Constitucional de Zaragoza dijo
sobre esto: “...Para que los pueblos se
desengañen del espíritu que anima a los corifeos de los llamados defensores de
la fe, y se convenzan de que, más que hombres, son unos monstruos sedientos de
sangre, y enemigos declarados de la felicidad de sus semejantes insertamos
literal de oficio que hemos visto original, del cobarde y vil ex-general Quesada
al infame Salaverri sobre los asesinatos cometidos por éste en La Villa de Sos”.[5]
En esta carta hacía expresa su
aprobación de las muertes del alcalde y el escribano .y se lamentaba de que no hubieran rodeado el pueblo antes de
asaltarlo para que ningún responsable hubiera podido escapar:”... apruebo en un todo la conducta que V. ha
observado en ese pueblo (Sos) con el
alcalde, escribano y demás, e igualmente merecerán mi entera aprobación
semejantes operaciones en lo sucesivo en casos de esa naturaleza; sin embargo
hubiera sido mucho más acertado el que la caballería hubiese rodeado el pueblo
antes de haber entrado V. en él, porque de ese modo ninguno de los de la
patrulla ni sus secuaces hubiera podido fugarse...(19 de agosto de 1822)”[6]
“…En seguida
exigieron 4.000 duros y 4.000 raciones de pan, vino, carne y 200 de cebada,
además de las que se habían suministrado; los regidores, exánimes con tanta
tropelía, tuvieron que ir de casa en casa, rodeados de aquellos sayones, y
reunieron hasta 108 onzas
de oro, con que hubo de contentarse Salaberri; mas fue forzoso aprentar las
raciones completas, y conducirlas á Lumbier con las caballerías de estos vecinos,
á quienes hacian seguir sin socorro alguno, viéndose muchos en la precisión de
abandonar aquellas, y escapar de las manos de los caribes por no perecer de
hambre. Por fin a las 5 de la tarde del dia 19 salió la gavilla con dirección a
Carcastillo y Sangüesa, habiendo dado libertad á los presos que habia en estas
carceles, y no lo estaban por robos ó asesinatos, como si ellos hubiesen
respetado las propiedades y las vidas…”[7]
Aún no se
había recobrado la villa de Sos de este fatal percance cuando al día siguiente,
20 de agosto, corrió la voz de que por la parte de Lobera, Uncastillo o Castilliscar,
se acercaba una banda del Trapense, que “…se presentó por el camino de Urriés con
la fuerza de 700 á 800 hombres y 120 caballos, pidiendo 1000 raciones de pan y
200 de cebada, que se les proporcionaron por los individuos del ayuntamiento,
los cuales tuvieron que levantarse de la cama donde estaban sangrados, y
sacarlas de las casas de los vecinos. Exigieron igualmente, 43 docenas de
alpargatas, derribaron la lápida de la Constitución , extrajeron de las carceles los
ladrones y asesinos que no había querido soltar Salaberri, y marcharon a
Sangüesa el 22 por la mañana…” [8]
Ese mismo
día, por la tarde, llegaron tropas del Sr. Felipe Perena, y permanecieron en
Sos hasta la tarde del 23 calmando a los afligidos habitantes de Sos. “…El pueblo se halla aterrado de la conducta
de los llamados defensores de la fe: se han desengañado aun los mas ilusos, y
todos se han convencido de que esta infame canalla ni tiene Dios, ni religión,
ni humanidad, sino que son unas hordas de forajidos, que siembran por todas
partes el horror y la muerte, la viudez, la orfandad, el luto, el desconsuelo y
la devastación: que el Trapense no es un santo como pretendían hacer ceer a los
incautos algunos indignos ministros de un Dios que los detesta, sino un aborto
del infierno lanzado al mundo para desgracia de los pueblos que profana con sus
indignas plantas; un ladrón y capitán de ladrones, un asesino y gefe de
asesinos, un hipócrita, un impostor, enemigo de Dios y de los hombres que el
cielo consiente sobre la tierra como ha consentido otros azotes del libage
humano, hasta que cansado de sus crímenes nos libre de semejante monstruo.”[9]
Sin
embargo, en la guerra carlista que está por llegar, serán los liberales
quienes, igualmente, secuestrarán alcaldes y vecinos para garantizar los suministros.
El Rey
solicitó a la Santa
Alianza que interviniera en España. En el Congreso de Verona
se decidió enviar a los Cien Mil Hijos de San Luis, que no encontró resistencia
alguna y en octubre de 1823 se repuso a Fernando VII como monarca absoluto.(Continuación)
[5] Diario Constitucional de Zaragoza, nº
257, 14 de septiembre de 1822, en” Constitución
o muerte. El Trienio Liberal y los levantamientos realistas en Aragón
(1820-1823)” Pedro Rújula.Cuadernos de cultura aragonesa, 32. Ed. Edizions
de l’Astral. Zaragoza, 2000.
[6]
Periódico “El Espectador” nº 522, 18 de septiembre de 1822, p.2.
[7] Diario Constitucional de Zaragoza, nº 241, comunicación de Sos del 24 de agosto de 1822, en” Constitución o muerte. El Trienio Liberal y los levantamientos realistas en Aragón (1820-1823)” Pedro Rújula. Edizions de l’Astral. Zaragoza, 2000.
[8] Diario Constitucional de Zaragoza, nº 238, 26 de agosto de 1822. Op. cit. “Constitución o muerte…”
[9] Diario Constitucional de Zaragoza, nº 241, 29 de agosto de 1822. Op. cit. “Constitución o muerte…”
[7] Diario Constitucional de Zaragoza, nº 241, comunicación de Sos del 24 de agosto de 1822, en” Constitución o muerte. El Trienio Liberal y los levantamientos realistas en Aragón (1820-1823)” Pedro Rújula. Edizions de l’Astral. Zaragoza, 2000.
[8] Diario Constitucional de Zaragoza, nº 238, 26 de agosto de 1822. Op. cit. “Constitución o muerte…”
[9] Diario Constitucional de Zaragoza, nº 241, 29 de agosto de 1822. Op. cit. “Constitución o muerte…”
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