A mediados
del s. XVIII un tal Martín de Canaluche se empeñó en encontrar en Sos del Rey Católico
las muchas riquezas que se ocultaban entre las ruinas de la ermita de San Pedro
de Fillera. La gente del pueblo señalaba las gradas del altar mayor como el
lugar más indicado para excavar y encontrar el tesoro. Y eso es lo que algunos
hicieron en 1755, animados por las dotes de persuasión del de Canaluche.
Juan
Blázquez cuenta: “Una vez ahondado el
lugar, sacó dos palitos y les juntó las puntas pensando que uno de ellos se
inclinaría e indicaría el lugar exacto del tesoro. Este sistema está basado en
el utilizado por los zahorís y parece que lo aprendió en Italia, donde había
vivido largos años y aprendido muchas necesidades supersticiosas”.
Pero el
intento resultó fallido, y para más pena, la Inquisición hizo acto
de presencia. A Martín “se le
descubrieron libros con oraciones supersticiosas en latín e italiano, recetas,
medallas y, sobre todo, cera en pasta, útil para sanar heridas y especialmente
para hallar tesoros”. Afortunadamente en este caso, la sangre no llegó al
río[1].
[1]
Blazquez Miguel, Juan. Eros y Tánatos.Toledo,
1989, pp.182-183; el autor menciona como fuente original el A.H.N. Inq. Leg.
3735/394. En Tesoros ocultos y riquezas imaginarias
de Zaragoza.Alberto Serrano Dolader, pag. 119, D. P. Z, Area de Cultura,
2002.
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