sábado, 25 de junio de 2022

"CUCOS" LOS DE LACORVILLA

 

Cuculus canoris (cuco)

               A los corvillanos se les conoce con el pseudogentilicio de “cucos”.

            Para entender este apodo tenemos que ver el curioso comportamiento de la pequeña  ave cuculus canoris, cuyo nombre vulgar es conocido como “cuco”.

           Las hembras del cuco practican en sus puestas de huevos la estrategia conocida como “parasitismo de puesta”, consistente en poner sus huevos en nidos de otras especies de aves cuando están ausentes sus dueños y así serán sus “padres adoptivos” quienes se encarguen de incubar y criar los polluelos. Además, los polluelos del cuco, al nacer, se dedican a expulsar y tirar del nido tanto los huevos como los polluelos de su anfitrión y así acaparar toda la atención de sus “padres adoptivos.”

            Este comportamiento es el que ha originado que a una persona hábil, astuta, avispada, que para conseguir sus fines utiliza el engaño, se le conozca como “cuco”.

 

            La historia de Lacorvilla, poblado situado a tan sólo 7 kilómetros en línea recta del municipio de Luna, corre prácticamente paralela a la de esta villa cincovillesa. La localidad de Lacorvilla, independiente, siempre dispuso de ayuntamiento propio hasta el año 1834 uniéndose, a partir de entonces, al municipio de Luna, siendo actualmente considerado como una pedanía de esta villa. Y, según cuentan, es por este motivo, por decidir, astuta y avispadamente, “adoptar” la pertenencia a la villa  o "anidar" en el ayuntamiento de Luna, con los beneficios que ello supone para el bienestar y crecimiento del pueblo, por lo que los habitantes de Luna y otras poblaciones cercanas apodaron “cucos” a los corvillanos.

lunes, 23 de mayo de 2022

BEBÉS "VELADOS"

 

 

(foto: eresmama.com)

           Hasta no hace mucho tiempo, tras el parto de una mujer, la placenta, el saco amniótico y el cordón umbilical adquirían un especial protagonismo, siendo objeto de numerosos, variados y curiosos rituales en todas las culturas del mundo desde la más remota antigüedad.

            Aunque no es muy común, en ocasiones suele suceder que el recién nacido viene al mundo con su cabeza “envuelta” en el amnios o saco amniótico, dando la impresión de que el niño lleva una capucha, siendo esto, según la tradición, una señal de buenos augurios. Esta creencia está extendida por todo el mundo, siendo muy distintas las ceremonias y los rituales a aplicar dependiendo del país y la época en la que sucedan.

            En Sos del Rey Católico y en su comarca, cuando un niño nace en estas circunstancias, dicen que ha nacido con “velo”, y hasta bien entrado el siglo XX se tenía la costumbre de vender trozos del saco amniótico a precio muy alto que se repartían entre la gente para ponérselos, generalmente cosidos a sus ropas, como amuletos de buena suerte y felicidad.[1]



[1] José María Iribarren. “El folklore de Sos y la Valdonsella”, en: Historias y costumbres, p. 300.




BIBLIOGRAFÍA

-IRIBARREN, JOSÉ MARÍA. Historias y costumbres. Diputación Foral de Navarra. I.P.V. Pamplona, 1956.

-GONZÁLEZ CASARRUBIOS, CONSOLACIÓN;TIMÓN TIEMBLO, Mª PÍA. “Algunos rituales vinculados al nacimiento del ser humano” Anejos a CuPAUAM, 3, pp. 287-296, U.A.M. Madrid, 2018.

 

domingo, 17 de abril de 2022

AMAPOLAS O ABABOLES

 


              Ya es primavera y apetece dar paseos por Sos del Rey Católico.

          Nada más salir de nuestras casas veremos, con toda seguridad, las amapolas silvestres (papaver rhoeas), pues brotan en terrenos baldíos, bordes de caminos y carreteras, campos de cereal y otros tipos diferentes de terrenos que hayan sido removidos por el ser humano, pues necesitan que se remuevan los nitratos del suelo para crecer, por eso es fácil verlas en zonas donde la actividad humana es constante.

            La amapola silvestre es una planta de crecimiento anual cuya mayor característica es el color rojo intenso de la flor. Pertenece a la familia de las papaveráceas y posee erectos tallos poco ramificados cubiertos con unos finísimos pelillos. La flor presenta cuatro finos pétalos rojos y dos sépalos vellosos que caen cuando se abre la flor.

            Sus hojas resultan levemente venenosas para los animales herbívoros, pero comestibles para el ser humano siempre que hayan sido cocinadas previamente; simplemente cocidas resultan de un agradable sabor, aunque no es conveniente abusar de ellas debido a los efectos que proporciona la rhoeadina que contienen, un alcaloide de consecuencias ligeramente sedantes, por lo que tomadas en infusiones, se recomienda para trastornos del sueño, insomnio, ansiedad, nerviosismo o depresión. También es usada como tratamiento para la tos y dolores de garganta.

          Los estambres, de color negro, forman un compacto anillo alrededor del gineceo, y sus numerosas semillas, totalmente inofensivas, son utilizadas en repostería y como condimento alimentario.

       Mucha gente confunde la amapola silvestre con su “hermana mayor”, la papaver somniferum, comúnmente conocida como adormidera, de la que se extrae el opio, pues posee un gran número de alcaloides como la morfina, la papacerina o la codeína, por lo que su consumo no es aconsejable. La diferencia con la amapola silvestre, además de las somníferas propiedades, la encontramos visualmente en sus flores. La adormidera, a diferencia de la amapola silvestre, presenta sus flores de un color blanco, grisáceo o violeta claro, pero nunca presentan el rojo intenso de la papaver rhoeas.

           

            En la zona de Sos del Rey Católico, comarca de las Cinco Villas y Aragón, la amapola silvestre es llamada también ababol, que etimológicamente deriva del árabe hispánico (hababawra) y este de la unión del árabe clásico (habb: semilla) y del latín papaver (amapola).

               Curiosamente, en Aragón y Navarra también es usada la palabra ababol para designar a una persona distraida, simple, abobada, con poco espíritu.




BIBLIOGRAFÍA


-Wikipedia. Papaver rhoeas.

             

domingo, 27 de marzo de 2022

SOS. MÁS DE UN SIGLO COMO CABEZA DEL CORREGIMIENTO DE LAS CINCO VILLAS

 

Decreto de nueva planta (Fuente: A.C.A.)

             A comienzos del siglo XVIII los territorios del Reino de Aragón (Aragón, Cataluña y Valencia) estaban divididos en sobrecollidas  y veguerías, órganos administrativos encargados de la coordinación de las collidas o aduanas existentes a lo largo de todo su territorio; fue una forma de organización y división territorial y administrativa. Sos perteneció a la sobrecollida de Jaca.

            Tras la guerra de Sucesión española , el victorioso Felipe V abolió los fueros aragoneses (1707). Para afirmar su soberanía, y como represalia contra la oposición bélica de los territorios de la Corona de Aragón, procedió a dictar una serie de decretos, que se conocen con el nombre de Decretos de Nueva Planta, dirigidos a establecer una Nueva Planta de la Audiencia como órgano de gobierno fundamental, junto al  capitán general, en la reorganización de los reinos. Por medio de los mismos, se trataba de aplicar las leyes castellanas a todos los territorios del Reino, y se acababa con los peculiares derechos forales de cada uno de los territorios a los que iban dirigidos, aunque con distinto alcance.

            El monarca sustituyó las sobrecollidas y veguerías por Corregimientos, un sistema de organización territorial más operativo, propio de la Corona de Castilla durante el reinado de los Austrias, con el fin de lograr una uniformidad en la administración territorial de España. Al frente de cada Corregimiento había un Corregidor, que actuaba como delegado del rey, nombrado por el propio monarca, con amplias atribuciones tanto en el ámbito gubernamental, militar, político y judicial como en el administrativo y social, ayudado por sus correspondientes regidores.

            El antiguo reino de Aragón pasó así a formar parte de esta nueva administración quedando dividida en trece corregimientos, entre ellos el de las Cinco Villas. El Corregidor de cada uno de ellos tenía su residencia en una localidad de su territorio jurisdiccional, o cabeza de partido.

            En el corregimiento de las Cinco Villas, la actitud política de las poblaciones durante la revuelta fue sopesada para otorgar o no ventajas administrativas, o tomar simplemente represalias que sirvieran de escarmiento a las poblaciones destacadas en apoyo a D. Carlos. Es por este motivo, por  la ayuda prestada por el pueblo sosiense a Felipe V, por lo que en 1709 se estableció la villa de Sos como capitalidad del corregimiento dotándola, además, de ciertos privilegios.

           La fidelidad y los ejemplares y extraordinarios servicios que Sos prestó a los Borbones en la guerra de Sucesión constan en una carta que el príncipe Serciás de Tilly, virrey de Navarra, escribió a Felipe V el día 5 de diciembre de 1707. Este, agradecido, firmó el 29 de octubre de 1708, varios reales despachos en los que se ordenaba que se tratase a la villa de Sos benignamente, la defendiesen de enemigos, colmasen de mercedes, eximiesen de contribuciones (aun en las mayores necesidades de dinero) y que fuera cabecera del Corregimiento de las Cinco Villas, debiendo residir en ella el corregidor que desde entonces administraba toda la zona de las Cinco Villas, con derecho a Metropólico, Superior y Prehemencial sobre el resto de las villas.

            El mismo día, concedió a la villa el título de “Fidelísima, Notabilísima y Vencedora Villa”, y agregó al escudo municipal las columnas de Hércules coronadas de la flor de lys, distintivo este de la casa de Borbón hasta nuestros días. Igualmente, confirmó el antiguo Privilegio que se había expedido sobre la agregación del lugar de Gurdués y refrendó todos los Privilegios que la villa tenía de sus reyes predecesores, en especial el de Juan II acerca de que todos los vecinos fuesen infanzones.[1]

         Los corregimientos desaparecieron en esta zona durante la ocupación francesa de 1808, siendo reemplazados por las divisiones territoriales de los gobernantes militares franceses y posteriormente sustituidas por la división territorial de España en 1833 de Javier de Burgos. En 1834 se suprime definitivamente el Consejo de Castilla, del que dependía toda la estructura administrativa del estado y en 1835 se establecen, en lo judicial, los partidos judiciales, nombrando como nueva cabeza de partido la localidad de Ejea de los Caballeros.



[1] Archivo de la villa de Sos. Año 1708.

       



BIBLIOGRAFÍA


-GIMÉNEZ LÓPEZ, ENRIQUE. "La Nueva Planta de Aragón. Corregimientos y corregidores en el reinado de Felipe V". Rev. Argensola, nº101. Revista del I.E.A.  pp. 9-49. Huesca 1988.

-GIMÉNEZ LÓPEZ, ENRIQUE. “La nueva planta de Aragón. División y evolución corregimental durante el siglo XVIII.” Revista Studia histórica. Historia moderna, nº 15, pp. 63-82. Ediciones Universidad de Salamanca. Salamanca, 1996.

-MORALES ARRIZABALAGA, JESÚS. La derogación de los fueros de Aragón (1707- 1711). I. E. A. Huesca, 1986.

-MORENO NIEVES, JOSÉ ANTONIO. "Los municipios aragoneses tras la Nueva Planta: la nueva administración y su personal político", en Revista de Historia Moderna, n° 13-14, pp. 165-184. Anales de la Universidad de Alicante. Alicante, 1995.


domingo, 13 de febrero de 2022

"BERZAS BLANCAS" Y "MOMIOS" LOS DE UNDUÉS PINTANO.

 

Berza blanca (chenopodium album)


 A los vecinos de Undués Pintano se les conoce con los seudogentilicios de “berzas blancas” y "momios"

Estos dos apodos, aunque independientemente tienen cada uno su particular significado, están muy relacionados entre sí, ya que uno de ellos es el resultado, o la consecuencia del otro. Veamos.

Como casi todos los seudogentilicios que hemos visto de nuestra comarca(ver), ambos hacen alusión a las malas cosechas y pésimas condiciones de la agricultura de los habitantes de Undués Pintano y, por consiguiente, a la mala alimentación y nutrición de sus vecinos.

La chenopodium album es una planta silvestre, autóctona de España pero dispersa mundialmente, cuyas hojas tienen una apariencia harinosa grisácea, flores blanquecinas muy pequeñas, asemejándose a una berza en miniatura, y fruto aun más pequeño(la quinoa es una variedad de esta planta). Se extiende por todo el territorio español  y crece espontáneamente en el campo, en las cunetas, bordes de caminos, campos en barbecho, terrenos baldíos y lugares abandonados. Según las zonas o comarcas, se la conoce como berza blanca, berza perruna, berza de pastor, ceñilgo, cenizo, cenizo blanco, hierba cana, pie de ganso, bledo..(como puede comprobarse, ninguno de estos nombres con significado agradable o atractivo).

La planta es comestible y ha sido utilizada por la gente en tiempos de hambruna, para la elaboración de pan, pasteles y gachas, como pienso para el ganado, así como para uso medicinal. Pero generalmente, en el ámbito rural,  ha sido considerada siempre como una “mala hierba”, destructora de cosechas. Muchos de los insultos que actualmente utilizamos en algunas expresiones tienen relación con la mala fama de la planta (No seas cenizo…me importa un bledoberzotasberza blanca…)

Los habitantes de Undúes Pintano llamaban balloqueros (de balloca; otra “mala hierba”) a los de Pintano, por lo que estos utilizaron la “berza blanca” como respuesta a sus vecinos, siendo la berza sinónimo figurativo de algo tosco, bruto, salvaje, áspero.

Berzas blancas y ballocas aparecen en toda la comarca de las Cinco Villas, pero parece ser que los de Pintano consideraban que en Undués Pintano tenían todo el campo plagado de berzas blancas y era de lo único que se alimentaban, de ahí el significado de este seudogentilicio, más que en el sentido peyorativo de tosco o bruto.

El segundo sobrenombre de los vecinos de Undués Pintano es el de "momios". Momio, masculino de momia, (cadáver, esqueleto…), según la RAE es una persona seca, sin gordura. Despectivamente se usa para describir una persona excesivamente delgada, enjuta. Este segundo seudogentilicio se lo pusieron los pueblos colindantes a los vecinos de Undués Pintano por estar exageradamente delgados porque sólo se alimentaban de berzas blancas, único cultivo de la zona (según la sarcástica tradición oral).

domingo, 6 de febrero de 2022

LOS CLAUSTROS. EL CLAUSTRO DE VALENTUÑANA

 

Claustro de Valentuñana (Sos del rey Católico)

La palabra claustro proviene del latin claustrum (cerradura, cerrojo, cierre), derivado de claudere (cerrar) por indicar un sitio cerrado o una reunión (cerrada) de un grupo de personas. En términos arquitectónicos se refiere a una galería que rodea el patio principal de una iglesia, convento o monasterio, donde los monjes y frailes vivían “enclaustrados” (encerrados, sin contacto con el mundo exterior).

En un monasterio, el edificio principal es la iglesia, lugar de oración de los monjes, y el claustro era, quizás, el segundo elemento estructural en importancia, desde donde se accedía al resto de dependencias del cenobio y al que se tenía acceso directo desde la iglesia, ubicada, generalmente, junto a la galería norte, protegida de los vientos, del viento Aquilón, frío y tempestuoso, hijo de Eolo y de la Aurora, que arrastra con él, como la serpiente que lo representa, las maldades y los vicios de las profundidades de este mundo.

El término “clausura”, que ya proviene de la antigüedad clásica, fue utilizado para definir la vida de los monjes de la orden benedictina, sin que a través de la documentación que ha llegado hasta nuestros días de toda la Alta Edad Media, se pueda diferenciar si se refiere únicamente a una estancia (la que comúnmente conocemos como claustro) o al conjunto de toda la construcción monacal.

San Benito, fundador del monacato occidental, no dice nada en su Regla de los claustros; probablemente porque pensaba que todo el monasterio debía ser un claustro, un lugar alejado y aislado de lo mundano para dedicarse en cuerpo y alma a Dios: “ Si es posible, debe construirse el monasterio de modo que tenga todo lo necesario, esto es, agua, molino, huerta, y que las diversas artes se ejerzan dentro del monasterio, para que los monjes no tengan necesidad de andar fuera, porque esto no conviene en modo alguno a sus almas”.[1]

Fueron los monjes benedictinos quienes organizaron el sistema de construcción claustral, y en la Regla de San Isidoro también se establecía la conveniencia de unir los edificios de uso común alrededor de un patio. En el período carolingio ya existía el claustro como centro organizador de la vida monástica, y durante los siglos IX y X fue adoptado por las demás órdenes religiosas de vida comunitaria.

Un pergamino de principios del siglo IX, procedente de la ilustre abadía benedictina de Saint-Gall (Suiza), permite vislumbrar la relevancia que el claustro tenía en la vida monástica: “Es el centro del monasterio. El lugar dedicado a la meditación, en el que los religiosos se sumergen en los misterios de lo humano y de lo divino, profundizan, con el ejercicio del deambular, en la lectura de los textos sagrados”[2].

El claustro es el Paraíso, un lugar que San Isidoro describe en sus Etimologías: “ El paraíso es un lugar situado en tierras orientales, cuya denominación, traducido del griego al latín, significa jardín; en lengua hebrea se denomina Edén, que en nuestro idioma quiere decir delicias. La combinación de ambos nombres nos da El Jardín de las Delicias[…] De su centro brota una fontana que riega todo el bosque[…] por doquier se encuentra rodeado de espadas llameantes, es decir, se halla ceñido a una muralla de tal magnitud que sus llamas casi llegan al cielo…las llamas alejan a los hombres…para que las puertas del paraíso estén cerradas a la carne y al espíritu que desobedeció”[3].

En los siglos del románico, el paraíso, con sus jardines, su fuente y murallas flameantes, se convirtió en jardín de piedra. El Paraíso apenas suele representarse en la pintura románica, a excepción de algún Mapamundi miniado. Y en la escultura tan solo el árbol de la vida y episodios de la expulsión de Adán y Eva  reflejan su existencia como lugar. “El Paraiso, pues, no se representa: es el claustro, el espacio aislado de las iglesias catedrales, colegiales o monásticas, sin función concreta, isla de naturaleza en el que se revive la primigenia inocencia de la Creación”[4].

       El claustro, como paraíso, ha de configurarse a la manera de una Jerusalén celestial.  Tiene forma cuadrada, y en cada uno de sus lados, también llamados panda o benedictos, una galería cubierta porticada. En el centro suele haber un pozo, fuente o árbol (el axis mundi) en el que confluyen cuatro caminos donde se cruzan las coordenadas temporales y las espaciales; en el espacio restante, un pequeño jardín y, a su alrededor, altos muros de piedra protegen su pureza de los espíritus malignos y de las envidias humanas. 

       El armariolum, sala capitular, calefactorio, refectorio, biblioteca, scriptorium, hospital, cocina, bodega y almacén, son las diferentes estancias a las que se accede desde el claustro, centro neurálgico de la vida monacal, donde los religiosos pasan la vida en común, armoniosamente, de noche y de día, abandonando las cosas profanas, para servir a Dios. La sala capitular, desde donde se gobernaba la comunidad, arquitectónicamente, era la que recibía un trato más noble y esmerado, con bóvedas nervadas que solían descansar en columnas centrales o apeadas en modillones en las paredes.

Lavabo. Claustro de
Valentuñana. (Sos del
Rey Católico)
            Frente al refectorio, o próximo a él, no solía faltar un templete de lavado cuya fuente estaba destinada a las obligaciones antes de las comidas. En la planta superior se encontraban las celdas o dormitorios.

          El armariolum es una pequeña estancia, generalmente cerca del cuerpo de la iglesia, que servía como estudio o pequeña biblioteca en el que se consultaban y depositaban los libros litúrgicos para los actos religiosos diarios, así como otros libros de lectura habitual de los monjes. Independientemente de este armariolum, existía otra estancia para la biblioteca del monasterio, con libros de mayor valor tanto histórico como material, documentos, legajos y pergaminos.

          A partir del siglo XI, a través de los movimientos congregacionistas anteriores a la reforma gregoriana, encontramos los primeros testimonios, tanto textuales como arqueológicos, de claustros románicos gracias a la recuperación del impulso constructivo, pero esto no significa que no existieran con anterioridad[5]. Hasta entonces, los claustros eran una representación de la belleza divina y de la armonía del universo: la desnudez de la piedra, el espacio, la naturaleza, el agua, las plantas, los árboles, el cielo, el sol,…; pero a lo largo del siglo XI, la renaciente escultura en las fachadas de las iglesias se fue introduciendo en los claustros, apareciendo bellos ejemplares escultóricos en muros, basas y capiteles de las columnas que servían de soporte en las galerías porticadas de los claustros y que tuvo sus detractores pues, defensores de la austeridad figurativa, argumentaban que las representaciones escénicas de pasajes historiados de la Biblia, de personas humanas, animales de lo más variado, etc, distraían a los monjes, pues la contemplación de las figuras esculpidas desviaban su atención de su fin principal, que era el de la meditación de la ley del Señor.

          A mediados del siglo XIl, el clérigo francés Hugo de Fouilloy, en su de claustro animae (el claustro del alma) expresa: “ ¡Oh, maravilloso pero perverso deleite![…] Que los edificios de los monjes no sean lujosos, sino humildes; no agradables, sino honestos. Es útil la piedra en la construcción, pero ¿Cuál es la utilidad de la piedra esculpida? Fue útil en la construcción del templo, pues servía como explicación y ejemplo. ¡ Que se lea el Génesis en un libro, no en una pared![6]

          Fue a partir del siglo XII cuando la orden cisterciense, nacida como una reforma de la cluniacense, vuelve a seguir la Regla de San Benito en cuanto a la austeridad arquitectónica se refiere. El ascetismo y pobreza de la orden se reflejan en la simplicidad de las formas de la arquitectura, evitando todo lo superfluo, esculturas, pinturas y adornos. Con la llegada del estilo gótico, los cistercienses aceptaron algunos conceptos del nuevo estilo y construyeron monasterios, donde el románico y el gótico convivían en la misma época hasta que el románico fue totalmente desplazado.

       El concilio de Trento (1545-1563) y la Contrarreforma Católica explicaron que a través de la arquitectura, pintura y escultura se puede llegar a impactar a los creyentes, justificando los adornos y demás elementos ornamentales, lo que originó el estilo barroco, ajustándose los cistercienses a las nuevas directrices del concilio construyendo edificaciones barrocas que afectarían a la arquitectura propiamente dicha, pero no así a la distribución espacial de los monasterios, que seguirían manteniendo las mismas estancias y dependencias que las establecidas por los benedictinos siglos atrás.

               Un claro ejemplo de todo lo visto hasta ahora, lo tenemos en el Monasterio de Valentuñana, en Sos del Rey Católico, construido en el período temporal conocido como “segundo barroco aragonés”, desarrollado desde el último tercio del siglo XVII hasta finales del XVIII, época de una importante revitalización de la actividad arquitectónica religiosa en Aragón[7] tras la crisis económica del siglo XVII.

Pozo en el centro del patio (Velentuñana)
        La nueva fábrica del monasterio de Valentuñana, como hemos dicho, data de finales del siglo XVII y primer tercio del XVIII, en pleno barroco aragonés (ver),edificado según la nueva corriente arquitectónica, pero el claustro y sus adyacentes dependencias seguirán guardando la primigenia distribución benedictina, y así ha llegado hasta nuestros días aunque, actualmente, estas dependencias ya no se usan para las funciones que fueron creadas; éstas han sido adaptadas a las  comodidades de los tiempos modernos y ubicadas en otras zonas del edificio por su mejor  adaptabilidad, rendimiento, aprovechamiento y comodidad. Pero podemos seguir viendo el patio del claustro con el pozo en su centro, y acceder a la iglesia desde el mismo; también podemos ver los espacios que ocupaban el refectorio,
Una de las dependencias de la galería(sala capitular)
 convertidaen sala de exposición
armariolum, el lavabo, sala capitular y demás dependencias que tenían acceso desde la galería, pero hoy en día  convertidos en salas que albergan un precioso y variado museo de gran valor biológico, antropológico y etnográfico (ver).

         Pero el Monasterio de Valentuñana y su claustro, aun con los cambios realizados, sigue rezumando la misma paz y tranquilidad que aquellos claustros que siglos atrás idearon los monjes benedictinos y que San Isidoro describió como el Paraíso. Sólo hay que pasear por su claustro, iglesia y exteriores del edificio, y dejarse llevar por su místico influjo "enclaustrador" para comprobar cómo una inmensa paz se adueña de nuestro cuerpo, mente y alma, (ver).



Otras dependencias del patio convertidas en museo





[1] Regla de San Benito. Cap. 66, 6-7.

[2] Joan Sureda. “Vere claustrum et paradisus” El espíritu del Arte Románico. Historia del Arte Español, T. IV, p.126.

[3] Etimologías. 14.3,2-4

[4] Joan Sureda. “Vere claustrum et paradisus” El espíritu del Arte Románico. Historia del Arte Español, T. IV, p.125.

[5] Xavier Barral i Altet. “La España del románico”. Historia del Arte Español, T.IV. pp. 64-65.

[6] Hugo de Fouilloy. De claustro animae, Cap. II, 4.

[7] Natalia Juan García. “Contribución a las trazas arquitectónicas del siglo XVII: el diseño de la iglesia del monasterio nuevo de San Juan de la Peña del arquitecto zaragozano Miguel Ximénez”. Artigrama, núm. 22,  p. 592, citando a Almería, José Antonio; Arroyo, Julia; Díez, Mª. Pilar; Ferrández, María Guadalupe; Rincón, Wifredo; Romero, Alfredo y Tovar, Rosa María, en Las artes en Zaragoza en el último tercio del siglo XVII (1676-1696). Estudio documental, pp.19-47.

 




 BIBLIOGRAFÍA

-BARRAL Y ALTET, XAVIER. “La España del románico”. Historia del Arte Español. T.IV, pp.11-97. Planeta. Barcelona, 1995.

-JUAN GARCÍA, NATALIA. “Contribución a las trazas arquitectónicas del siglo XVII: el diseño de la iglesia del monasterio nuevo de San Juan de la Peña del arquitecto zaragozano Miguel Ximénez”.  Atigrama nº 22, pp.567-593. I.F.C. Zaragoza, 1983.    

-SAN ISIDORO DE SEVILLA. Etimologías. Edición bilingüe. Texto latino, versión española y notas por José Oroz Reta y Manuel A. Marcos Casquero. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2004.

-SUREDA, JOAN. “Vere claustrum et paradisus”. Historia del Arte Español. T.IV, pp.125-129. Planeta. Barcelona, 1995.

En al web:

-Wikipedia. Arte cisterciense.

-http://www.sbenito.org/regla/rb.htm. Regla de San Benito. Abadía de San Benito.





sábado, 22 de enero de 2022

CREENCIAS SELÉNICAS

 

                La luna, como el sol, las estrellas, astros y otros fenómenos astronómicos y celestiales, difíciles de entender en la antigüedad, ha sido, desde siempre, objeto de culto y portadora, bien de buenos augurios o bien de malos presagios y desastres.

            Ritos y creencias ancestrales sobre la luna han perdurado hasta no hace mucho tiempo en nuestro folklore. En el País Vasco, por ejemplo, los niños, en un rito pagano que se pierde en la antigüedad, saludaban la salida de la luna doblando su cintura, inclinando la cabeza y golpeándose los muslos con las manos; al incorporarse, levantaban los brazos, mirando la luna y volvían a inclinarse y a levantar los brazos cantando :

Ya sale la luna,

ya se puso el sol;

ya extiende su capa

Dios Nuestro Señor. [1]

            Pero la luna también ejercía malas influencias en los seres terrenales. Dicen que emboba a los cánidos, de ahí los aullidos de perros y lobos cuando la miran, o la peligrosidad de acercarse a toros y bueyes en luna llena, pues se enfurecen bajo su influjo y hay que esperar a que la luna mengüe para que se amansen.[2]

            Asimismo, dicen que las franjas rojas de la luna son presagio de sucesos sangrientos. Cuentan que los vecinos de Sos del Rey Católico,  en el año 1921, al ver la luna con franjas rojizas, pronosticaron el desastre de Annual a gritos de : “¡pobres soldados!¡Cuánta sangre están derramando en Melilla!”.[3]



[1] José María Iribarren. “El folklore de Sos y la Valdonsella”, p.289.

[2] Ibidem, p.290.

[3] Ibidem, pp.290-291.



BIBLIOGRAFÍA

 

-IRIBARREN, JOSÉ MARÍA. “El folklore de Sos y la Valdonsella”. Historias y costumbres, pp.285-307. Diputación Foral de Navarra. I.P.V. Pamplona, 1956.