Ábside central de la cripta de Nuestra Señora del Perdón. Iglesia de San Esteban. Sos del Rey Católico. |
Si observamos detenidamente las figuras representadas en las pinturas románicas vemos que carecen totalmente de perspectiva. Los personajes pintados se mueven en un mundo sin referencias concretas ni de espacio ni de tiempo, en superficies planas que nunca pretenden fingir perspectivas ni realidades más allá del propio plano de la piedra o de la tabla sobre las que se representan; el hombre no puede, ni pretende, salvar la realidad física de las superficies, porque más allá de lo representado no existe nada, porque Dios, principio y fin de los programas iconográficos, es también principio y fin de todo lo creado. Tan sólo episodios secundarios y en zonas de carácter ornamental, como las grecas que separan los ámbitos narrativos o las molduras que separan los registros absidales, el artista se atreve a penetrar en el mundo de lo visible creando, por medio de la perspectiva, un espacio ilusorio, como ocurre, por ejemplo, en la cripta de Santa María de Sos del Rey Católico con la banda en zig-zag que separa el arranque de la bóveda central.
Igual que no existe el espacio
de lo circunstancial tampoco los seres representados están sujetos al tiempo.
En las pinturas románicas todos los seres han sido concebidos para vivir desde
y para siempre, o sea, en el discurrir de un tiempo simbólico que se inicia con
la creación del mundo y acaba con el Juicio Final. Sin embargo, el desarrollo
narrativo de las escenas representadas en determinadas circunstancias implica
la consideración de un tiempo histórico, el del acontecer. En ocasiones el
artista dispone en un mismo espacio dos o más escenas cronológicamente
sucesivas, como vemos en el ábside central de la cripta en Sos del Rey
Católico, donde en el registro central se suceden, de izquierda a derecha,
escenas de Nuestro Señor: Anunciación, Nacimiento, Epifanía, Resurrección,
Ascensión y la venida del Espíritu Santo. En otros casos, en una única
representación se fusionan narraciones que en las fuentes literarias se
presentan de manera diferenciada.
La pintura románica se caracteriza
por el escaso estudio de la naturaleza que revelan sus figuras, por la seriedad
y uniformidad de los rostros en la forma humana, por la simétrica plegadura de
los paños, por las violentas actitudes que se dan a los personajes al
representar una escena y el rígido hieratismo cuando las figuras no han de
expresar acciones, por sus contornos demasiado firmes o acentuados y, en fin,
por la falta de perspectiva que ofrece la composición en conjunto.
En la época románica un
principio que está presente en la práctica de los artistas es que para una
adecuada composición artística se precisa de la geometría y de su instrumento:
el compás. El monje benedictino del siglo XII Teófilo, autor del recetario De Diversus Artibus, un tratado sobre las distintas manifestaciones artísticas del arte románico, en su libro primero, dedicado a la pintura, explica con todo detalle, entre otras técnicas, las normas que un buen pintor debe conocer, donde leemos: “lo primero que debe hacer un pintor que quiera trabajar sobre un muro
es igualar la superficie y después coger un compás, amarrar a cada pata de éste
un palo de madera para alargarla tanto como el pintor precise y en el extremo
de cada una de las patas atar el pincel que dibujará los nimbos de los
personajes y señalará todas las medidas que sean necesarias para el
cumplimiento del encargo[1]”
En el románico, la técnica
básica de pintura utilizada era la del fresco, si bien son muchos los murales
donde la técnica empleada es mixta, que combina el fresco, el temple y la
pintura disuelta con un medio graso, normalmente aceite. Pero antes de pintar había
que preparar la superficie de trabajo. La preparación del muro para este tipo
de trabajo sólo requería dos materiales: cal y arena. Mezclando estos dos
componentes en la proporción conveniente se elabora una argamasa con agua que,
después de reposar algunos días, se extiende sobre la superficie a pintar. En
el momento de pintar, la primera capa se recubre con otra imprimación de la
misma mezcla, pero esta vez la arena debe ser más fina y la cal menos
viva. Entonces, y antes de que se secara,
se podía pintar. Sólo se puede pintar cuando el enlucido está fresco, por lo
que la técnica exige un proceso muy rápido que se compensaba preparando
únicamente la parte de la superficie que podía ser acabada en una jornada de
trabajo. Una vez dispuesta la superficie se extendía un color, por lo común
claro y, sobre éste, se trazaba la sinopia, o lo que es lo mismo, se hacía el
dibujo de lo que se iba a pintar, realizándolo con trazos negros que perfilaban
o dibujaban las líneas fundamentales de las figuras, su contorno y los motivos
decorativos; el acabado se realizaba a continuación, actuando siempre desde los
motivos generales, es decir, el fondo, los ropajes, etc…, hasta los detalles. Trabajando de esta forma, al secarse la pintura, la superficie pintada adquiría gran dureza y resistencia.
Los colores utilizados eran, por
lo común, producto de tierras naturales y debían ser preparados por los mismos
pintores que tenían que molerlos, mezclarlos con agua, molerlos de nuevo y
guardarlos húmedos para que pudieran ser empleados en el momento oportuno. La
paleta del pintor románico es necesariamente brillante y luminosa, y juega con
el principio de la oposición cromática, es decir, la armonía que se produce a
través de pares de colores, pues hay que tener en cuenta que el interior de los templos estaba poco iluminado, por lo que había que utilizar colores intensos y llamativos. En el caso de la cripta de Sos el rojo y azul son los colores predominantes en todas las pinturas murales del templo.
Poco a poco, en el siglo XIII,
el arte románico fue cediendo terreno ante las novedades góticas que procedían
de tierras nórdicas. En este período de transición al gótico se percibe una
relajación en la jerarquía compositiva e iconográfica, apareciendo algunos
santos, que hasta ahora sólo aparecían en los registros intermedios de los
ábsides o en las paredes laterales, en el cuarto de esfera absidal, como de
nuevo sucede en la cripta de Santa María del del Perdón en Sos del Rey
Católico, pues no hay que olvidar que las pinturas murales de esta cripta
pertenecen a la llamada pintura francogótica o lineal y están datadas en torno
a la primera mitad del siglo XIV, aunque para Abad Ríos son algo más tardías,
pero todavía conservan muchas técnicas compositivas, artísticas, cromáticas y
pictóricas del románico puro.(para conocer mas)
BIBLIOGRAFÍA
-ABBAD RÍOS, FRANCISCO. “Las pinturas
murales de San Esteban de Sos del Rey Católico”. Archivo Español del Arte XLIV,
nº 173, pp. 17-47. Madrid, 1971.
-LACARRA DUCAY, Mª CARMEN.
Pinturas murales góticas en las iglesias de Sos del Rey Católico. I.F.C.
Zaragoza, 2016.
-RIPALDA GABÁS, CARLOS. Los tesoros ocultos de la Valdonsella.
Doce Robles. Zaragoza, 2016.
-THEOPHILUS PRESBYTER. De diversis artibus: seu Diversarum Artium Schedula (Edición bilingüe en latín e inglés de HENDRIE, Robert, (1987). Ann Arbor (xerocopia de la edición de Londres, 1847).
-Historia del Arte Español. T. IV: La
época de los monasterios. Planeta. Barcelona, 1995.-THEOPHILUS PRESBYTER. De diversis artibus: seu Diversarum Artium Schedula (Edición bilingüe en latín e inglés de HENDRIE, Robert, (1987). Ann Arbor (xerocopia de la edición de Londres, 1847).
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