En la Plaza del Ayuntamiento de
Sos observamos una monumental arcada. Bajo estos arcos tenía lugar en la Edad
Media el mercado.
Plaza de la Villa. Arcadas bajo las que se celebraba el mercado en la Edad Media |
En estas arcadas rebajadas hay que reseñar la maestría que demostró el
arquitecto al jugar magistralmente con las líneas geométricas que en tres
planos alternan los arcos de medio punto con los ojivales. En ellos vamos a ir
viendo diversos detalles que nos van a transportar a un día de mercado en la Edad Media ,
imaginándonos por unos momentos cómo era la vida en él, donde mercaderes,
vendedores y compradores realizaban sus
transacciones y donde los ciudadanos
podían ver y comprar aquellos productos o artículos traídos, en algunas
ocasiones, de tierras lejanas.
EL PESO
En el espacio central donde se unen las dos arcadas interiores vemos un
hueco de forma triangular: este sería el lugar donde se colocaría la balanza
romana.
Hueco para la romana y vara jaquesa |
EL “METRO”
En la parte izquierda de la ubicación de la romana podemos ver una hendidura
vertical en la piedra: es la vara aragonesa o vara jaquesa. Antes de la
adopción del sistema métrico decimal, cada zona de la Península tenía sus
propias medidas; en Aragón regía como medida estándar la vara jaquesa, correspondiente
a 769 mm
, dividida en tres tercias o pies (256mm.) y cuatro palmos (192mm) Este patrón debía
situarse en un lugar público en el mercado, donde cualquiera pudiese verlo y
hacer uso de él, estableciéndose así un cierto control social para evitar el
posible fraude de los mercaderes.
López de Ayala, en su Rimado de
palacio, asegura que los mercaderes de telas son los que más pueden engañar
al cliente porque juegan con la vanidad de los señores ávidos de adquirir
género importado del extranjero, por lo que tiene más reputación. La habilidad
del vendedor para acomodar sus precios a la listeza del cliente está reflejada
en los versos 219 a
300:
Una vez pedirán
cincuenta doblas por paño;
si vieren que estáis duro y
entendéis vuestro daño,
dice: “Por treinta os lo doy, mas,¡
nunca él cumpla el año,
si no le costó cuarenta ayer de un
hombre extraño!”.
Dice: “Tengo escarlatas de Brujas y
de Malinas;
veinte años hace que nunca aquí fueron
tan finas”.
Dice: “Tomadlas vos, señor, antes
que unas mis sobrinas
las lleven de mi casa, que son por
ellas caninas (deseosas)”.
Y para medir…
Las varas y las medidas, ¡Dios sabe
cuáles serán!:
una os mostrarán larga y con otra
medirán;
todo es mercaduría: no entienden
que en esto han
ellos pecado alguno, pues que
siempre así lo dan.
Con el fin de engañar
más fácilmente, dejan en semioscuridad sus tiendas al mostrar el género y sólo
abren las ventanas en el momento de cobrar…
Hacen oscuras sus tiendas y poca lumbre les
dan.
Por Brujas muestran Ypres, y por Malinas, Rohan;
y los paños violetas, bermejos parecerán;
al contar de los dineros, las finiestras abrirán.
(López de Ayala. Rimado de palacio.)
Con esta
vara tallada en la piedra de los arcos era muy difícil engañar a los
compradores de telas o hilos por parte de los comerciantes, ya que allí, y con
el almutazaf de testigo, podían medir sus adquisiciones y no ser engañados.
Encontramos
otras varas jaquesas como la de Sos en la llamada “lonja chica” de Jaca o en la
lonja de Uncastillo, así como en los exteriores de los muros de las iglesias de
San Miguel y de Santa María de Uncastillo.
La
expresión “meterse en camisa de once varas” se aplica para advertir sobre la
inconveniencia de complicarse la vida innecesariamente. La locución tuvo su origen
en el ritual de adopción de un niño en la Edad Media : el padre adoptante debía meter al
niño adoptado dentro de una manga muy holgada de una camisa de gran tamaño
tejida al efecto, sacando al pequeño por la cabeza o cuello de la prenda. Una
vez recuperado el niño, el padre le daba un fuerte beso en la frente como
prueba de su paternidad aceptada. En muchas ocasiones el adoptado acababa por
decepcionar al adoptante, por lo que se acuñó esta locución como advertencia a
quienes ponen sus esperanzas en algo que no se sabe qué puede deparar en el
futuro.
EL AFILADOR
Hasta la
aparición de la piedra esméril a principios del siglo XIX, aunque ya la
conocieron y usaron los antiguos egipcios, la forma de afilar las armas blancas
y los cuchillos era frotándolos uno contra otro o, mejor, contra una piedra
para así poder mantener o sacar el filo de éstos.
Daga grabada en la piedra y desgaste de la arista |
Muchos de
los vendedores del mercado usaban cuchillos para cortar los alimentos, las
telas u otros materiales, (carniceros, pescateros, verduleros, curtidores,
tejedores, pellejeros, alpargateros, etc) por lo que tenían que afilar
frecuentemente los cuchillos que usaban y el único medio que encontraban en
esta plaza eran las esquinas de las piedras de la arcada o las de las paredes
de los edificios cercanos
Daga de la Edad Media, muy parecida en cuanto a tamaño y forma a la grabada en la piedra del soportal de la Plaza |
Con el fin
de no estropear ni desgastar las esquinas del soportal, o las de los muros de
las edificaciones colindantes, se habilitó un lugar para que todo aquél que
tuviera que afilar su cuchillo pudiera hacerlo en el mismo sitio. Así, si nos
fijamos en la parte superior derecha del hueco donde se ubicaría la romana,
podemos ver grabado lo que pudiera ser una daga, puñal, o cuchillo corto de los
que se usaban entonces, indicando el lugar destinado para afilar. Justo en la
esquina de la dovela vemos el lógico desgaste sufrido en la piedra originado
por los miles de usos o afilados en el transcurso de los años.
BIBLIOGRAFIA
-Ibañez, Loli. Momentos en Sos. Gráficas Latorre, Tauste, 2005.
-López de Ayala, Pedro. Rimado de Palacio. Galaxia Gutenberg. Madrid, 2012.
Magnífico trabajo. Muchas gracias Manuel Valle por ofrecérnoslo.
ResponderEliminarMª José Sangorrín García
Castellón de la Plana