domingo, 20 de mayo de 2018

PAGAR LA MANTA


            Desde la Edad Media, la pequeña densidad poblacional de los pueblos y el rigor con el que la Iglesia establecía los cánones relativos a la consanguinidad hizo que mucha gente que quisiera casarse buscara a su futuro cónyuge fuera de los límites de su propio pueblo. Y así ha continuado en la España rural hasta la segunda mitad del pasado siglo.
         Sos del Rey Católico, como muchos otros pueblos de España, hasta la segunda mitad del siglo XX era un lugar prácticamente autárquico, que en raras ocasiones tenía contacto con poblaciones lejanas y con muchas dificultades para la aproximación con lugares cercanos debido, entre otros factores, a las deficientes y pésimas comunicaciones entre pueblos y la falta de un medio de locomoción rápido y eficaz. Y es por esto que casi todas las relaciones sociales se proyectaban en el mismo pueblo dando lugar a matrimonios interfamiliares que podían llegar incluso a la endogamia. Los vecinos se daban cuenta de esta involución que ya la Iglesia intentaba suprimir con prohibiciones relativas al casamiento entre familiares, por lo cual los mozos casaderos se veían obligados a viajar a localidades cercanas en busca de una novia para contraer matrimonio, tener hijos y continuar de esta forma la estirpe de la familia.
          Las romerías, peregrinaciones, ferias, fiestas patronales u otros eventos eran singulares y puntuales acontecimientos que no había que desperdiciar para encontrar la otra “media naranja”.  Y del mismo modo que había sosienses que se desplazaban a otros municipios cercanos en busca de pareja también los había de otros lugares que venían a Sos con las mismas intenciones. Así surge la figura de un nuevo personaje en el ámbito local que determinará ciertas costumbres sociales practicadas hasta no hace mucho tiempo: se trata del  “novio forastero”.
El novio forastero no era muy bien visto entre los mozos del pueblo de la novia. Se le consideraba como un ladrón que venía al municipio a llevarse una de las pocas mozas casaderas que había en el lugar, mermando en un gran porcentaje las posibilidades de acercamiento del autóctono hacia las damas núbiles a las que, en un ejercicio de total machismo, consideraban como de su propiedad; es por esto  por lo que el “intruso” o “advenedizo” debía pagar un tributo por llevarse a una mujer del vecindario y de este modo entrar a formar parte de la comunidad, estableciendo como obligación “pagar la manta”.
La “manta” era la comida, cena, o cualquier otro pago en dinero o en especie que debía dar el forastero a los mozos solteros del municipio de la novia antes de celebrarse los desposorios, en un acto que tiene cierta similitud con lo que actualmente sería una despedida de solteros, pero que sólo se daba si un forastero llegaba al pueblo a casarse con una chica, nunca en el caso contrario, si era el vecino quien se desposaba con una moza de otro lugar. En ese caso ya se encargarán los vecinos del pueblo de la novia de cobrarle la manta.
             Si el pago de la manta se realizaba con dinero en efectivo éste se dilapidaba en comida y bebida para la juerga.
Como es lógico, había novios que iban mal de dinero y no podían permitirse este pequeño canon y otros se negaban directamente a pagar la manta, lo que no era muy aconsejable, pues la reacción de los mozos del pueblo podía hacer la vida imposible al incauto.
En la mayoría de los casos cobrar la manta suponía una fiesta gratuita para los solteros del pueblo, que aceptaban e integraban al foráneo en su comunidad, celebrándolo en un ambiente  alegre y divertido donde la comida y la bebida corría a cuenta del intruso,  pero ha habido lugares en Aragón donde la llegada de un forastero en busca de novia “era considerada como una ofensa para los del pueblo y una intromisión”[1],llegando a usar la violencia contra el pretendiente que, en algunas ocasiones, ha terminado incluso con su propia vida. 
Actualmente y afortunadamente ya no se llega a tales extremos. La tradición de "pagar la manta" es una costumbre prácticamente ya en desuso en muchos pueblos. No obstante, hoy en día, aunque cada vez menos, si un joven forastero se acerca a un pueblo de no muchos habitantes, donde todos se conocen, con intenciones de “ligar” con una muchacha del lugar, es muy probable que en un primer momento no sea muy bien recibido por los mozos solteros del municipio, que lo mirarán con recelo y lo considerarán como un intruso, un enemigo que llega para llevarse algo que consideran suyo. Habrá que ser muy hábil para sortear este primer obstáculo. ¡Haced la prueba! O no, no vaya a ser que salgáis mal parados.






[1] José Lisón Huguet. Algunos aspectos del estudio etnográfico de una comunidad rural del Pirineo aragonés oriental, p. 136. Ed. Institución Fernando el Católico. Zaragoza, 1984. Citado en Maine Burguete, Enrique. “Relaciones hombre-mujer. Estudio etnográfico de una pequeña localidad de las Cinco Villas (Fuencalderas)” p. 196. Temas de antropología aragonesa, nº 4, pp.164-221.







BIBLIOGRAFÍA

-MAINE BURGUETE, ENRIQUE. “Relaciones hombre-mujer. Estudio etnográfico de una pequeña localidad de las Cinco Villas (Fuencalderas)” en Temas de antropología aragonesa, nº 4, pp-164-221. Instituto Aragonés de Antropología. Zaragoza, 1993.

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